domingo, 13 de diciembre de 2009

"Algo más" (Para todos los chicos y chicas que piensan en una vocación especial)

La jornada había resultado un indiscutible éxito pastoral: los niños habían quedado contentos. Nos habíamos dado enteros para animarlos, para hablarles de Jesús, para cantar con ellos, para jugar con ellos, para hacer bromas y divertirlos. La vieja y parchada guitarra había sacado todas las notas posibles al viento. Me sentía realmente cansado pero a la vez satisfecho, contento. Me subí al bus como pude y traté de no quedarme dormido en el viaje. Al llegar a casa casi de inmediato, luego de los saludos de rigor, me encerré en mi habitación.

Uffff. Por fín en mi querido cuarto -pensaba.

Era mi refugio, allí pensaba, escribía, escuchaba música, oraba, era mi mundo, mi rincón de soledad.

Y me puse a orar. Nada especial. Yo le contaba a Jesús lo que habíamos pasado, nuestro éxito apostólico, nuestras anécdotas, tantas impresiones. Tenía la certeza absoluta de que me escuchaba muy atento. En verdad sólo me interesaba eso: saber que me escuchaba aunque no me dijera nada. A media voz iba desgranando el día con el Amigo.

Sentía que valía la pena lo que hacía por su gloria. Estaba contento. Contentos Él y yo. Y no sé, de algún lugar del corazón me salió esto: "Yo quiero darte algo más" "Yo quiero hacer algo más por tí" "¿No tienes algo más para mí?" Yo le estaba dando mis domingos, mis horas, mis jornadas con niños, pero pensaba que hacer algo así todo el tiempo podría ser más bonito todavía.

Hacía algún tiempo que Jesucristo me había fascinado y él y yo lo sabíamos muy bien. Me gustaba hacer algo por su gloria, hablar de él, dibujar, pintar, cantar, escribir, si con eso Él era más conocido. Es verdad: varios amigos y familiares se habían dado cuenta que de un tiempo a esa parte "algo extraño" me estaba pasando. Sí, yo no era el mismo de siempre. Ahora sonreía más, caminaba más rápido, incluso me encerraba en mi cuarto a... orar (algo realmente extraño para un chiquillo normal de 17 años). Mis domingos estaban comprometidos en hacer apostolado. En casa eso no caía tan bien pero yo no me detenía. Después de todo, yo cumplía como universitario y era buen alumno, no me metía en problemas ni tenía conductas inadecuadas.

Y allí estaba yo, orando en aquella noche. Yo pienso que El Jefe -como así le llamaba yo- se había sonreído. Pero me pareció que luego de su primera sonrisa se me quedó mirando, como quien va a decir algo demasiado importante y delicado. Sí, me sentí mirado con aprecio e interés. Y sentí miedo.

Algo me decía que esa mirada -de cariño profundo- era también comprometedora. Una mirada de cariño siempre compromete. Tenía miedo y tenía también una emoción grande, todo junto, hasta armonizado. Me quedé en silencio, tampoco tenía ganas de decir nada y sospechaba que Él iba a hablar en cualquier momento. Me quedé así, un poco asustado y a la espectativa. Y en el silencio del corazón Él me habló. La invitación fue suave pero embriagadora: "¿Y por qué no sacerdote?"

Una revolución se desató en mi interior: miedo más miedo, temor por lo que ya sabía que implicaba una vocación así. Sentí que Él se había detenido y me estaba mirando como esperando una respuesta positiva y más que positiva. Y esa noche no dije nada más en oración. Me quedé en silencio. Pasaron unos segundos y le dije: "Hasta mañana, Señor, tengo sueño". Pero el sueño tardó demasiado en venir. Casi sentía que él estaba cerca de mí aguardando la respuesta, muy interesado en mí pero a la vez respetuosamente paciente.

Tuvieron que pasar buenos y largos meses para convencerme de que para ser sacerdote yo había sido puesto en este mundo. Nunca antes me lo había propuesto en serio. Nunca fue una opción de vida para mí, no estaba en mis preferencias, menos todavía en el resultado de mi "test vocacional".

Pero tenía que ser honesto: ese "algo más" me punzaba en el alma cada vez que me quedaba en silencio. Y junto a esa espina, estaba ese luminoso aviso en el corazón que como un letrero de neón decía: "¿Por qué no sacerdote?" Y en el fondo yo sabía que ese misterio me atraía pero no tenía la suficiente valentía para decidirme.

"Algo más" Sí. Algo más reclamaba mi interior. ¿Me vas a decir que te llena todo lo que haces? ¿Me vas a decir que te hace realmente feliz lo que vives ahora? ¿Sólo eso te hace feliz? Sí, podía decir que lo tenía todo: sabía lo que era la alegría de haber ingresado a la universidad bien pronto, sabía lo que era tener el respaldo económico de una familia que me apoyaba en todo, sabía lo que era tener una familia muy normal y estable, sabía lo que era experimentar el cariño de tantos que, familiares y amigos, me querían sinceramente. Sabía lo que era amar a una chica y lo que significaba tener cierto liderazgo entre mis compañeros de clase. Sabía lo que era el campo de la política, había experimentado lo que significaba manejar buen dinero, lo que era una vida cómoda y tranquila. Pero debía ser honesto conmigo mismo... "¿Todo eso te llena? ¿Me vas a decir que todo eso te llena en verdad?"

Y ahí estaba ese "algo más". Sí. Tenía que ser honesto. Todo eso por lo cual muchos eran y son capaces de matar, todo aquello que muchos deseaban locamente y no lo tenían, todo aquello que para unos o muchos era lo máximo en la vida, todo eso... yo lo tenía. Luego supe que para varios amigos y familiares yo les era motivo de envidia incluso. Pero todo aquello no me llenaba. Tenía que ser honesto, tenía que ser veraz. No podía engañar a mi corazón para contentar el parecer común de los demás.

"Algo más" Sí. Me sentía insatisfecho. En poco tiempo todas esas cosas, seguridades, afectos, comodidades me parecieron nada y menos que nada. Las comencé a mirar a una respetable distancia.

"Algo más" Sí. Era el propio Jesucristo el que me estaba proponiendo un camino en el que ese "algo más" se podría realizar y lograr con ello ser más feliz, ser feliz desde lo hondo del alma.

Luego de varios meses de hacerle esperar, le dije al Jefe que sí, que podía contar conmigo para lo que fuera necesario, que asumía ese "algo más", que me confiaba en su palabra que era a la vez promesa.

Han pasado casi veinte años desde esa noche bendita en la que Él me habló de esa manera y me dejó inquieto por el resto de mi vida. ¿Qué debo decir a esta altura del vuelo de mi vida? Que Jesucristo jamás me ha fallado, que ha cumplido su palabra, que Él es fiel.

Sé perfectamente que para varios o muchos Jesucristo no es capaz de llenar de verdad el corazón de una persona normal. Sé que para muchos "la religión"-como le llaman- no es más que una forma de reprimir los impulsos salvajes del ser humano, que ven a Dios mismo como el primer y mayor agresor de la libertad y de la felicidad humanas. Sé también que el triste ejemplo de no pocos sacerdotes y consagrados podría corroborar malamente esas torcidas teorías. Pero frente a todo eso sé que Jesucristo no me ha fallado, no me ha cortado las alas sino que al contrario, me ha concedido libertad desde el hondón del alma.

Andando el tiempo pude ver también a los que se iban, a los que se fueron, a los que llegado un momento parece que llegaron a la conclusión de que no estaban hechos para volar muy alto. Los ví marcharse y renové mi adhesión cordial a Jesucristo. Es verdad que La Iglesia nunca ha sido la más perfecta, que es santa y pecadora a la vez, sancta et meretrix, que ha tenido sus etapas muy oscuras y tristes, que ha tenido y tiene sus pecados, todo ello lo sé y lo he visto tambien desde dentro pero nada de ello ha podido apagar aquel "algo más" sino que al contrario, parece que lo hubiera encendido con más fuerza todavía.

Y sé también que hay un enemigo interior, que al interno de nuestras comunidades de consagrados aletea con alas sombrías: el espectro de la mediocridad, de la tibieza espiritual y moral, ese fluído triste y mortal que, entre consagrados, podemos llamar mentalidad secularizada. Sé que la sal puede perder su sabor y no recuperarlo quizá ya nunca más. Por eso mismo es que cada día vuelvo a ponerme a los pies del Maestro para volver a escucharle.

La vida consagrada es una apuesta por la radicalidad evangélica, es una apuesta por una plena y perfecta realización humana en la entrega total al Señor. Es una opción tan legítima y válida como puede ser la apuesta por el trabajo científico o profesional.

Quiero alentar con el mejor entusiasmo posible a todos los chicos y chicas que piensan en "algo más" para sus vidas. Sepan que ese "algo más" es posible y vale la pena cualquier sacrificio para conseguirlo y hacerlo vida.

El mundo necesita personas, hombres y mujeres, que le digan a las claras que todo lo que él ofrece es poca cosa si se lo compara con la alegría de pertenecer a Jesucristo en totalidad, si se lo compara con el gozo de poder servirle desde la oración y la caridad menuda de cada día. El mundo necesita el testimonio valiente y gozoso de hombres y mujeres que ensanchan el corazón y que no les basta sólo amar una familia, cuatro o cinco personas, sino que quieren ensanchar tanto el corazón que quieren amar a todos como hermanos y hermanas en el Señor.

Que el gozo de pertenecer, servir y representar a Jesucristo el Señor inunde cada vez más corazones jóvenes.

Vale la pena dejarlo todo por Jesucristo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Caro padre Israel, ho leto per caso quanto tu hai scritto della tua vocazione e ti ringrazio perchè dalle tue parole si indovina un cuore innamorato di Gesù.Porta sempre di più Gesù nel tuo cuore e permettergli anche di uscire da te perchè altri lo incontrino. Porta Gesù nella tua comunità e nella tua Congregazione che ha bisogno di testimoni credibili e gioiosi per dire al mondo Gesù.Ti seguo dall'Italia con la mia povera preghiera e tu prega per me luisella