domingo, 16 de agosto de 2009

Rebeldes

Hace varios años el buen José Luis Martín Descalzo nos regaló un artículo titulado "Rebeldes de pacotilla". En ese sabroso escrito el autor ponía a consideración de sus lectores el caso o la actitud de aquellos que llamándose "rebeldes" sólo se dedican a destruir sin proponer nuevas construcciones, aquellos que sólo critican sin proponer nuevas alternativas de solución, aquellos que luego de la pataleta inicial o de la rasgadura de sus vestidos luego no tenían más que hacer o decir. Esos son los rebeldes "de pacotilla".

El tema da para mucho más. Es muy fácil ser rebelde de esa manera: gritar, patalear, encadenarse a una reja, hacer una mentirosa huelga de hambre, rasgarse las vestiduras mediáticamente, pintarrajear una pared, malograr un jardín, romper unos vidrios, volarse un foco, un fluorescente, tirar una piedra, destruir una puerta y gritar una arenga exigiendo justicia y libertad, escribir un volante, un artículo furioso, redactar una carta infamante impulsados por una falsa auréola profética... Pero qué difícil es una rebeldía que implique construir algo nuevo, algo mejor, algo decididamente superior y saludable.

Martín Descalzo en el artículo mencionado nos decía que son auténticamente rebeldes los que construyen algo nuevo, los que miran más lejos, los que miran más arriba de sus propias narices. Son rebeldes los que construyen.

Y es que el mundo avanza gracias a quienes saben mirar más allá y gracias a los que miran más arriba. Esos rebeldes son saludables, esos rebeldes son hoy muy necesarios para nuestra rutinaria sociedad.

En ese sentido me gusta contemplar a los santos como auténticos rebeldes: hombres y mujeres que se atrevieron a más, que no se contentaron con una vida mediocre y amodorrada, que no se sintieron bien mirando sólo su propio provecho, que -incluso-no se engolosinaron en su propia rebeldía; hombres y mujeres que no quisieron aburrirse de "ser buenos", gente que miró más lejos que sus contemporáneos, gente que no se sintió satisfecha con un cristianismo comodón y aburguesado, gente que no se enamoró de las cosas de Dios sino del Dios de todas las cosas.
Qué hermosa rebeldía la de la santidad verdadera.

Y qué plena la vida de quienes asumen en sus vidas totalmente la rebeldía del evangelio (Habrá que leerlo bien para ver en cada página del evangelio un grito auténtico de rebeldía y no un interminable ronroneo propio de una gata melosa).

Qué hermosa es la vida cristiana si se la asume así: como propuesta rebelde en un mundo mentiroso y oscuro; como alternativa rebelde en una sociedad muerta en su mediocridad; como un camino luminosamente rebelde en medio de nuestros grupos humanos tan aplatanados en su comodidad o en sus cuatro gustos y caprichos.

Admiro la rebeldía de los que construyen, de los que critican y luego tienen la fuerza y la grandeza de alma suficientes para inventar nuevos caminos de fe, de esperanza, de caridad, de servicio, de eternidad. La fe cristiana así vista es no un calmante, no una droga o un somnífero sino más bien una catapulta que nos lanza a la vida, con la adrenalina propia del Espíritu, un fuego que nos enseña a vivir plenamente esta vida gastándonos por un ideal noble: el Reino de Dios. Porque, no olvidemos, la vida eterna sólo será posible para los que antes, en esta vida, han sabido vivir a plenitud sus penas y alegrías.

Qué hermoso sería que existan más cristianos auténticamente rebeldes, no los de pacotilla (que un momento gritan y luego se amodorran en sus comodidades y no están dispuestos a sacrificar nada para conseguir sus presuntos ideales).

Que Jesucristo nos conceda vivir bien su palabra de fuego, su palabra auténticamente rebelde.

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