lunes, 4 de febrero de 2008

CUANDO DIOS HABLA Y JALA UNA CASULLA.

Debo decir que nunca me he acostumbrado a ser sacerdote, quiero decir: que cada día es para mí una entera novedad y muchas veces siento que la casulla me queda bien grande. Pero eso lo notaba todavía más cuando, teniendo sólo unas semanas de ordenación, una mañana me levanté muy temprano, para asegurar la oración personal, en lo que iría a ser -pensaba- un día muy atareado, más de lo normal. Luego de las oraciones de la mañana y del breve desayuno salí de la comunidad para el que fue uno de mis primeros destinos pastorales, una capilla muy acogedora y regida por una comunidad de religiosas.
Llegué un tanto nervioso, es que era Domingo de Ramos. Era la primera semana santa que iba a celebrar como sacerdote... Una hermana me indica que la celebración va a comenzar en un parque cercano y desde allí vendríamos cantando y agitando nuestros ramos. Le digo que no hay problema, que será como ellas han organizado todo. Confío en mi memoria luego de haber leído la noche anterior las indicaciones del Misal Romano para esta celebración especial. Me pongo al confesionario: la gente llega solemne a confesarse... se sienten los murmullos en la Iglesia, es el ambiente especial de la semana santa. Luego van saliendo todos para ir al parque en donde se bendecirán los ramos. Los ornamentos son de gala, los lectores me interumpen, me dicen que ya han ensayado el relato de la pasión y que puedo confiar en ellos. Me pongo más nervioso por ello....
Llegada la hora salimos en procesión con una larga fila de monaguillos, el incienso, los ministros y yo con los ornamentos rojos. "La gente de pronto se ha vuelto muy católica" pienso en mis adentros. Llegamos al lugar, todos tienen cara solemne -de semana santa-, yo algo tenso decido seguirles el juego y también ensayo gestos muy serios y hieráticos. Entretanto oigo que varias personas comentan: ¡Qué joven es este padrecito! Eso en verdad me incomoda un poco, trato de poner un gesto de viejo lobo pero no puedo. Comenzamos la bendición y voy sin prisa, los acólitos me miran y comentan: "Es un padre nuevo" -seguramente porque no voy con prisa-. Y así comenzamos la celebración con la procesión hacia la capilla. La calle está repleta de gente con ramos.
Cuando estoy sumido en "profundas meditaciones" y pensando en tantas cosas, con gesto adusto, para parecer mayor, de pronto siento que algo me jala fuertemente de la parte de abajo de la hermosa casulla roja... Me comienza a jalar más fuerte, entonces miro y veo a una niñita, pequeña pero muy vivaracha, con cara de "no te preocupes, sé feliz" Me mira sonriente sin inmutarse y me pregunta en medio del espeso incienso: «¿Por qué te has vestido de rojo?» Me quedo casi boquiabierto, trato de tomar conciencia de lo que me ha dicho y no sé qué responder... No sé cómo, se me escapa una sonrisa nerviosa y comprendo que es la llamada de Dios para ser más sencillo. En tanto algunas señoras muy respetables y devotas comienzan a hacer gestos de reprobación al atrevimiento de esa pequeña feligresa que interrumpe la oración del padrecito en medio de una procesión tan solemne. Trato de mantener la calma y ahora sí le sonrío con más sencillez, le explico que es un día muy especial y que el rojo simboliza el sacrificio de Jesús. Vamos caminando. Resuelvo tomarla de la mano y caminar así en la procesión por la calle. Los monaguillos se han dado cuenta y miran mi extraño gesto paterno con incredulidad. La pequeña, con más confianza, me pregunta por qué todos llevan esas ramas en las manos y le explico el sentido, dudo que me haya entendido. Ahora sonrío libremente, mientras la gente está enfundada en esos gestos extraños que ellos suelen llamar "devoción". Ahora me siento un niño pequeño al lado de una colega y experta en ese arte. Vamos llegando a la Capilla. Pues sí: entro llevando de la mano a la pequeña y frente al altar de Jesús le digo amablemente que ella debe ir a una de las bancas y que yo me sentaré arriba y que luego nos veremos, ella entiende y sonríe...
Mientras incienso el altar pienso que esa pequeña me ha enseñado la sencillez en una mañana muy solemne.
¡Oh maravilla! Segundos después la asamblea ve a un sacerdote nuevo y muy joven comenzar la Eucaristía con gesto más amable y sencillo, aceptando que sí, que es un jovencito nomás, pero que no fue muy distinto Jesús, que fue maestro y Salvador con sólo 30 años. Y ese día comprendí que si tenía que dar la vida como él, me convenía hacerlo con sencillez y con rostro amable.
Esa fue una hermosa semana santa.
Aleluya, Dios y los niños se entienden bien, muy bien.
Disfrútenlo.

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