domingo, 2 de septiembre de 2007

«Un grito desde la sacristía»

Si algun amable lector piensa que por lo que a continuación escribo estoy desatando un debate y discusión amplios, está en lo cierto. Espero que pueda ser así, aunque en una sociedad pretendidamente "pluralista" como la nuestra cada vez hay menos lugar para los auténticos debates, esos que mueven a pensar de verdad.

Hoy escribo desde la sacristía, porque ese es el lugar donde me han puesto ya un montón de políticos, empresarios, "hombres de mundo", artistas, "intelectuales" y demás gente que hace un buen tiempo, hace siglos, sostiene sin más razonamiento que La Iglesia (entiéndase: obispos, sacerdotes, religiosos) sólo debe dedicarse a hablar sobre asuntos religiosos, y entre estos asuntos religiosos deberá escoger los menos comprometedores y más irrelevantes: el incienso, el color de las velas, los trajes, los cánticos sagrados, los carbones litúrgicos...
Como simple sacerdote, sin mayores pretensiones, les escribo desde la sacristía, lugar que para muchos modernos deberá ser el lugar natural de un sacerdote como yo, pero me resisto a hablar sobre las velas y el incienso, tampoco me gusta hacer el panegírico de los santos (gracias a Dios nunca lo he hecho).
Pienso que si Jesús habló de los pescadores y su trabajo, si se refirió al trabajo de los cambistas y cobradores de impuestos, si conocía bien cómo se amasa la harina, si sabía cómo pasan el día los que no tienen empleo, si observaba lo contento que se pone un hombre que ha encontrado la oveja perdida, si sabía como se cultivan los campos y observaba muy bien cómo crece la cizaña entre el trigo, en suma, si Jesús hablaba de las cosas de los hombres y les daba sabor divino, si las observaba, las juzgaba y las medía según el ojo de Dios, si Él no desconocía este mundo y lo usaba para elevar a Dios a sus oyentes, entonces los que le prediquen, los que prediquen su evangelio hoy, deberán hablar de este mundo y juzgarlo según Dios, según «reglas divinas», que eso es lo que se quiere en los servidores de Dios.
Sin embargo existe no poca gente a la cual le incomoda mucho que los religiosos nos refiramos a las cosas de los hombres. Cada cierto tiempo sale a declarar en los medios algún presidente o algún funcionario público para decir de distintas maneras que 'la Iglesia no debe meterse en estos asuntos', refiriéndose a la vida política, moral, económica de nuestros países. Pero no sólo están ellos, están también no pocas personas que afirman ser muy creyentes pero que 'no están de acuerdo' con que La Iglesia hable de tal o cual forma.
No soy profeta ni hijo de profetas, pero hace un tiempo me sorprendió el hecho de que un domingo después de predicar en un templo parroquial descubrí un grupo de personas que estaban discutiendo sobre la homilía que yo había pronunciado. Yo había sido muy enfático sobre la cuestión de la justicia social y entre los oyentes habían acérrimos devotos de la economía de mercado radical -muy católicos- y eran ellos los que estaban muy molestos con mis palabras. Indudablemente choqué con sus intereses y con su vida burguesa. Y lógicamente como principio blandían aquello de que "La Iglesia no debe meterse en esos asuntos, eso no le compete", "eso es hacer política", etc.
Yo estoy completamente seguro de que si Jesús se subiría hoy a los púlpitos (más imaginarios que reales) de nuestras iglesias trataría de todos esos temas que a muchos incomodan, o porque no suenan tan piadosos, o porque chocan con sus intereses económicos, políticos o carnales o todo eso junto.
Sé también que pueden haber sacerdotes que prefieren el silencio sobre los asuntos que de verdad son urgentes y que seguro han optado por callar para "no meterse en problemas", sé que pueden existir estos heraldos callados. San Agustín diría que son «perros mudos» que no ladran cuando ven venir al lobo y dejan que haga estrago en el rebaño. Frente a ellos yo escojo gritar (tendría que escribir: ladrar).
Y por eso hoy lanzo el grito (o el ladrido) desde la sacristía, donde el mundo moderno quiere que vivan los religiosos, pero no es un grito para decir qué rico huele el incienso sino para decir que aunque nos quieran encerrar con la tonta etiqueta "cuestión religiosa" -es decir: cuestión sin importancia, cuestión accesoria- siempre habrá alguien que diga las cosas como deben ser dichas y aunque le acusen de "hacer política" sabrá que es fiel al evangelio de Jesús.
La Iglesia (que es la familia de todos los bautizados) no sólo puede sino que DEBE pronunciarse sobre los asuntos de los hombres (todoslos asuntos de los hombres...) porque a Dios le interesan TODOS los asuntos de los hombres, pues son sus hijos... y no sólo lo son cuando rezan sino cuando viven y se meten en los negocios humanos.

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