Hace algunos meses el
Santo Padre, el Papa Francisco, habló en una de sus homilías sobre el espíritu de curiosidad que mueve a las
personas a buscar palabras y voluntades de Dios en supuestas revelaciones y
mensajes de Jesucristo o de María. Y,
guiados por este mismo espíritu, algunas personas van siempre a la búsqueda de
nuevas “apariciones” o “revelaciones” sin que al final se queden con algo estable ni
tengan un serio compromiso de santidad y conversión.
Algún medio de
comunicación se atrevió a deslizar la idea de que el Papa al hablar del tema se habría referido a
Medjugorje y que, con ello, estaría censurando todo el fenómeno espiritual y
apostólico que se ha derivado de las apariciones de la Reina de la Paz en aquel pueblecito de la Ex-Yugoslavia. Ciertamente el Santo Padre aun no se ha
pronunciado de modo “oficial” sobre el caso Medjugorje. Todos estamos a la
espera de su pronunciamiento, que tenemos la esperanza se dará muy pronto y
que será favorable. Por otro lado, el Santo
Padre no podría censurar un hecho de tan gran magnitud con una simple alusión indirecta, seria impropio de
un pastor de su talla. Es bueno saber
que La Iglesia en ningún momento ha censurado, ni prohibido la espiritualidad o
las actividades relacionadas con Medjugorje.
Jamás la Santa Sede se ha pronunciado de modo negativo sobre los hechos
relacionados con la Reina de la Paz. Algún obispo se ha pronunciado de modo
negativo sobre Medjugorje pero esa opinión no es La opinión de La Iglesia en
general, ella aún no se ha pronunciado por boca del Papa.
Volvamos a aquel
engañoso espíritu de curiosidad. El Papa Francisco con un olfato pastoral muy
fino ha puesto sobre el candelero un problema que no es infrecuente en el
pueblo creyente en general ni en los grupos católicos en particular, sean de la
espiritualidad que fueran. Como
sacerdote, me ha tocado constatar que esto es verdad. Les cuento algo: Hace algunos meses me encontraba junto con
Madre Karina de visita en la casa de una familia amiga. Luego de terminar el almuerzo con estos
buenos amigos, el jefe de casa me entregó un folleto fotocopiado de unas
cincuenta o más páginas, estaba bien presentado y era como un pequeño compendio
de diversos mensajes de supuestas apariciones de Jesús o de María. Leí algunos textos y me quedé desconcertado
al ver que los supuestos mensajes no tenían la lógica del evangelio. En uno de ellos era Jesús el que pedía que cada
familia se construyera sótanos en sus
casas para almacenar comida, bebida, provisiones ya que pronto vendría una gran
oscuridad y gran tribulación. Me quedé
perplejo. Leí algo de otra aparición y
resulta que María utilizaba demasiados adjetivos en sus mensajes, que tenía un
lenguaje recargado y misterioso y provocaba más miedo que ganas de orar. Y, ¡oh sorpresa!, entre tantas supuestas
apariciones y revelaciones veo que también habían considerado a Medjugorje y las
apariciones de la Reina de la Paz. Por
un lado me alegré al ver que consideraban Medjugorje y los mensajes de La Reina
de la Paz, pero por otro lado me sentí muy incómodo al ver que se igualaba
este fenómeno espiritual de dimensiones mundiales con varias supuestas apariciones que al final no tienen mayor repercusión de
santidad. En aquel folleto Medjugorje era una aparición más, por así decirlo.
Ciertamente hay personas
que van de aquí para allá buscando nuevas “revelaciones” y nuevas
“apariciones”, que así como descubren una y la siguen hoy con entusiasmo,
luego al aparecer otra “revelación” mañana se van detrás de ella y comienzan a hacer
cosas diversas. Coleccionan viajes a
todo lugar donde “se dice” que María o Jesús se están apareciendo. Van de peregrinación en peregrinación, de
devoción en devoción, de santuario en santuario, de imagen en imagen, de novena
en novena, de grupo en grupo, siempre atentos a algún hecho misterioso, siempre
alertas a algún presunto milagro, siempre atentos a algún hecho extraordinario
o sobrenatural. Pero al final no se
quedan con nada, van coleccionado “experiencias”, van coleccionando sensaciones
o emociones, como expertos consumistas de lo sagrado, eternos aprendices,
curiosos espirituales, pero nunca comprometidos de verdad con Dios; como galanes o chicas que en el próximo
fin de semana van a estrenar una nueva conquista y van a tener una nueva
aventura. Si es así, ese espíritu de curiosidad es engañoso y es vano. Ese espíritu no puede salvar ni nos
santifica. No es bueno seguir un
espíritu así porque no conduce a la santidad, no nos asemeja a Jesucristo.
Es cierto que todos
debemos ser buscadores de la Verdad. Es
verdad que tenemos todo el derecho de peregrinar en búsqueda de la Voluntad de
Dios. Todos estamos llamados a ser
buscadores. Todo ello es verdad. Sin embargo una cosa es buscar la Verdad,
peregrinar en busca de la luz, avanzar en el cumplimiento de la Voluntad de
Dios, y otra cosa muy distinta es ir de aquí para allá en busca de que en
“algún lugar” me den la razón o ir de aquí para allá para simplemente buscar
nuevas experiencias de fe pero sin comprometerme con ninguna de ellas. La búsqueda de la verdad y el espíritu de curiosidad se contraponen,
no son lo mismo.
Medjugorje no se conjuga
para nada con el vano y engañoso espíritu
de curiosidad. Seguramente algún
seguidor de La Reina de la Paz ha cometido el error de creer que Medjugorje es
una curiosidad más por descubrir, que significa una nueva veta de experiencias sin mayor compromiso personal, pero sabemos muy bien que las cosas no son así. Medjugorje es una gran señal de alerta de parte del cielo, es una oportunidad extraordinaria para convetirnos y recobrar vida verdadera y no sólo para los que no creen en Dios, sino también para los mismos creyentes que tienen una fe mortecina y una vida espiritual tibia y mediocre. Medjugorje ha contribuido y sigue contribuyendo a revitalizar la fe de muchos creyentes tradicionalmente católicos, la graca que se derrama en aquel lugar ha contribuido a la renovación espiritual de muchas parroquias, al redescubrir el fervor del ministerio en la vida de muchos sacerdotes, a un renovado respeto y cariño por los legítimos pastores del pueblo de Dios: el Papa, los Obispos y sacerdotes.
Dios está hablando y
habla claro. Y si nos llama a buscar la
Verdad, nos llama también a comprometernos con La Verdad una vez que la
encontremos.
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