viernes, 27 de octubre de 2023

A los 25 años de mi ordenación sacerdotal

 Comparto con todos ustedes las palabras que pronuncié en la Celebración por mis 25 años de sacerdocio, el pasado 25 de octubre.  Helas aquí:

¡Shalom!

 Y así, en casi un abrir y cerrar de ojos, he llegado a los 25 años de ministerio sacerdotal. Casi no me lo creo. No sé ustedes cómo me vean, pero yo no siento que sean tantos años. Gracias a Dios hace unos meses, un hermano sacerdote -al decirle yo mi edad-, me dijo a bocajarro: “¡Padre, usted es un tragaaños!” Esa frase me ha subido más todavía la autoestima.

  

Aquél día

 Aquel 25 de octubre de 1998, el día amaneció nublado y frío. Vinieron muy temprano a recogernos de la Casa de Retiros, nos llevaron en volandas al seminario mayor de los Oblatos de San José para ponernos la ropa nueva, muy para la ocasión. Apenas pude despedirme de las buenas religiosas que nos atendieron muy bien durante los Ejercicios Espirituales. El P. Ignacio Muguiro, fiel a su estilo, no quiso despedirse, se inventó una ocupación y no pudimos encontrarlo en ningún lugar donde buscamos, claro que siendo la casa de retiros un predio de más de ocho hectáreas era muy fácil que por allí se escondiera.

 Ahora estábamos en camino a la catedral, íbamos nerviosos y sonrientes, éramos seis diáconos que aquel día íbamos a ser ordenados sacerdotes del Altísimo por imposición de manos del recordado Cardenal Augusto Vargas Alzamora. Ninguno de nosotros había tenido antes alguna experiencia pastoral en parroquias, veníamos del puro seminario, todos teníamos ya ocupaciones referidas a la formación religiosa y sacerdotal, en aquellos tiempos la congregación contaba con más de 120 formandos en total, así que todos éramos formadores.

 El Padre Provincial aceptó que fuésemos ordenados en el día principal de los festejos por el 50° aniversario de los Oblatos en el Perú. La fiesta estaba ya organizada y nosotros seríamos algo así como la cereza del pastel.

 Recuerdo que yo ya estaba listo para salir a la ceremonia, estábamos esperando la señal para salir en procesión. Más de 80 sacerdotes nos acompañaban, varios obispos, todo listo para un auténtico pontifical.  Superadas las emociones iniciales, me traté de meter en la liturgia con toda el alma. Felizmente, el maestro de ceremonias era nuestro compañero de estudios de Teología y nos daba confianza.  Yo no sentí nada especial durante los ritos de la ordenación, aunque por un momento imaginé que algo así tendría que suceder.  Pero me vi sorprendido cuando el Superior General me revistió con la Casulla, cuando el Cardenal Augusto ungía despacio mis manos, cuando me entregaba el cáliz y cuando, de pronto, se hizo una ovación larga y emotiva al volvernos al pueblo de Dios y ser presentados como sacerdotes.

  

Algunos recuerdos

 El primero es uno de los más entrañables recuerdos de los primeros días de mi sacerdocio.  Sucedió cuando una noche me llamaron a confesar. Era la primera vez que confesaba. Era una ancianita y sus dos nietos que al día siguiente iban a realizar la Primera Comunión. No recuerdo nada de lo que confesaron. Pero sí recuerdo nítidamente la fuerte emoción que sentí al levantar la mano y trazar la Cruz en el aire mientras me esforzaba por recordar la fórmula de la absolución. De la pura emoción, casi la había olvidado.

 El segundo recuerdo precioso que guardo en el corazón es el de haber predicado muchas veces provocando la risa a carcajadas de varios niños pequeños y no tan pequeños.  Por lo menos, sé que les he ayudado a pasar un buen rato cerca de Dios.

 El tercer recuerdo es el de los más de 120 jóvenes de confirmación que confesé dos noches, desde las 7 de la noche hasta las 2 y media de la madrugada.  Aunque mi desgaste físico y emocional fue fuerte, recuerdo esas noches gloriosas porque muchos de estos chicos hicieron una excelente confesión y se mostraban tan agradecidos por la misericordia de Dios.

 El cuarto recuerdo es el de una viejita a punto de morir. Me llamaron al hospital y fui enseguida. Era doña Narcisa, que ya se iba y quería hablar conmigo. Le había llevado la comunión durante varios meses los primeros viernes. Apenas entro en la sala donde estaba postrada, se vuelve y me ve con unos ojos de niña. Yo comienzo la liturgia de la Unción de los enfermos y ella solo me mira con una mirada tal como si estuviera viendo a Dios mismo. Pocas veces me he conmovido tanto dando la Unción. Al final, me extiende la mano, le miro y le doy otra vez la bendición. Ella me dice: Padre nuestro que estás en el cielo…. Y no me suelta. Y seguía repitiendo el Padre nuestro… sin cesar y con aquellos ojos de cielo.

  

La novedad del sacerdocio

 Gracias al Señor, la novedad del sacerdocio me duró mucho tiempo, varios años.  Siempre he pensado que nunca habrá motivo suficiente para ser menos fervoroso en mi trato con Dios.  Siempre he pensado que el tiempo no puede desgastar el amor. Siempre he pensado que la liturgia merece todo respeto, y aunque a veces los medios materiales y económicos no sean los suficientes para realzarla, no faltaría por mi parte un corazón que Le ame sinceramente. Nunca he querido celebrar la Misa rapidito ni acortarla porque el programa era extenso. Nunca acepté una Misa tras otra, ni cuando fui párroco.  Jamás he multiplicado las misas por dinero ni por complacer a nadie. Nunca me ha cansado ni aburrido Jesús.

 Hay una cosa que siempre he temido: llegar a considerar el sacerdocio como un cargo, y por ello, sentirme como un funcionario de no sé qué reino.  He tratado de no asumir la postura del capataz, ni la del carnicero ni la del enterrador.  He querido ser ante todo, un amigo de Jesucristo.  Sé que me falta mucho camino por recorrer, pero no ansío más que eso, ser un buen amigo de Jesucristo.

  

¿Cómo empezó todo?

 Empezó a finales de los ochenta. Una noche, sin mayor previsión ni preparación, el Señor me soltó una pregunta, que era toda una invitación, una suave expresión de Su Voluntad sobre mí: “¿Por qué no sacerdote?” Es verdad que Él jamás me obligó, siempre me dejó libre. Pero cuando tú sabes que alguien que te ama con locura te propone algo, sabes también que eso que te pide Él, es realmente lo mejor, y tú sabes que si no le haces caso es como si le dejaras con un dolor muy grande.  Sí, yo le dije SI a Jesucristo porque quise contentarlo, porque me dí cuenta de que eso le haría feliz.  No se me ocurrió otra cosa. No sería capaz, Señor, de hacer o decir algo que pudiera no contentarte, no podría vivir en paz si Tú te quedaras triste por un no que yo te haya dado.  Con todo, aquella noche tuve miedo, y traté de ser un buen actor con Él. Decidí actuar diciéndole que tenía mucho sueño, que ‘hasta mañana’ que quizá luego hablaríamos. Me volteé para dormir y… no pude dormir. Sentí que Él estaba allí, sin incomodarse, sonriente, tan tranquilo, como si dijera: “Claro, claro, tienes mucho sueño.  No te preocupes, yo aquí espero”. Y como, felizmente, ha sucedido varias veces en mi pequeña historia, el Señor siempre ha ganado, siempre ha vencido. Él ganó en el tema de mi vocación. Me venció. Me dejé vencer. Después de unos meses, Le dije si, y una alegría de manantial pobló mi alma. Y si hoy soy religioso y sacerdote es porque Él así me lo pidió, porque a Él eso le agradaba. 

 Agrego un poco más: en un primer momento, cuando cedí y dominé mis miedos y le di al Señor mi primer SI, se me ocurrió una coartada: seré sacerdote diocesano [que me perdonen los sacerdotes diocesanos presentes]. Sabía que ellos de algún modo tienen más ‘libertades’ o independencia en su vida personal, y que de algún modo mi vida sería más fácil así.  Cuando estaba por decírselo al Señor en oración, me hizo sentir su palabra en el corazón: “Religioso”. Asentí y le di mi SI.  Unos días después, de modo providencial e inesperado, conozco a los Oblatos y a los seis meses de discernimiento ingresé, contento, a la vida religiosa. En ese momento no sabía que muchos años después, en el 2010, el mismo Señor me llamaría -junto con Sor Karinita- a iniciar la familia religiosa de los Siervos de la Reina de la Paz.

  

Contento

 Contento profesé como religioso. Contento le di mi si para toda la vida. Contento me ordené sacerdote. Contento he caminado en el ministerio.  Contento obedecí a la voz de Dios que me hablaba por medio de mis superiores. Gracias a Dios, no he tenido crisis de identidad, ni de soledad, ni siquiera me he angustiado mayormente por un futuro material que nunca se vio claro.

 Como en todo camino de seguimiento del Señor, he tenido cruces para llevar sobre los hombros, he recibido y cargo alhajas para el alma, sé lo que es pasar por el viernes santo, he experimentado la contradicción, la incomprensión, sé cuán destructiva puede ser la maledicencia, el chisme, la envidia y los celos, aún entre personas consagradas a Dios.  Pero todo ello jamás ha logrado variar un milímetro mi decisión y mi deseo de agradar a Dios haciendo lo que a Él le agrada.  Y varias veces, de tanto hacer lo que a Él le gusta veo que termina gustándome a mí también. Como dice Pablo Martínez: “Estoy tan seguro, es Él que me tiene”.

  

Tres palabras prohibidas

 He pasado por varios lugares del Perú, he vivido -algunos días- en zonas preciosas y de ensueño, y también sé vivir durmiendo en el suelo y comiendo ocas en una puna, sobre los 4 mil metros de altura.  Y varias personas de tanto en tanto me han preguntado: “¿Ya se habrá acostumbrado, verdad Padrecito?”  Debo decir que siempre he tenido un problema con tres palabras: costumbre, éxito y aburrimiento.

 La palabra ‘costumbre’ es la primera que no me cae bien. Si hay que decirlo, lo diré: jamás me he acostumbrado a ser religioso ni a ser sacerdote.  Cada día es para mí un reto, una novedad, es así que con 25 años de ministerio siempre descubro algo nuevo referido al sacerdocio: cuando celebro la Eucaristía, cuando confieso, cuando presido un sacramento, cuando medito la Palabra, cuando Le adoro expuesto en el Altar, cuando me quedo a los pies del Sagrario.  Me alegra decir que vivo el ministerio con el mismo fuego que cuando lo recibí a los 27 años. Nomás que ahora es a veces un fuego más atesorado y menos disparatado, pero es el mismo fuego nuevo que el Señor quiso encender en mí, por pura misericordia y sin méritos míos. Personas e instituciones han pasado por mi vida, he vivido experiencias de cielo y consolación, y sé también lo que es la desolación espiritual y la soledad más profunda, sé lo que es la fidelidad de los amigos y la traición de los que no lo fueron, pero en todo ello siempre ha quedado a salvo mi amor por Jesucristo, por Su eterna novedad, ese Rostro que busco todos los días y que de tanto verlo cada mañana me resulta nuevo.  No vivo de costumbres, vivo de sorpresas.

 La palabra ‘éxito’ es una palabra que hoy por hoy me sabe a buen chiste.  Con una mirada superficial, podría decir que he tenido un ministerio ‘exitoso’ estos 25 años.  Pero sé muy bien que -humanamente hablando- eso es muy relativo. Les cuento algo. Cuando fui párroco en Cajabamba, -en aquella parroquia que es en verdad casi una prelatura-, con la Gracia de Dios pude hacer muchas cosas que antes y -me enteré luego- después ningún otro párroco ha podido realizar. Todos nos querían como a sus héroes. Pero el Señor me llamó en medio del ‘éxito’ para dejarlo todo e irme a la aventura.  Años después, siendo ya monje RPS, vi claramente todo ese éxito era nada. El éxito es una palabra y una realidad engañosa, es una espuma.  Somos discípulos de un Crucificado, y eso quiere decir que nuestro mayor éxito es poder dar la vida con los brazos abiertos: perdiendo generosamente, muriendo serenamente, callando confiadamente, confiando insistentemente.

 La tercera palabra: ‘aburrimiento’, alude a una realidad que siempre me ha provocado lástima.  Pienso que el aburrimiento está en el interior de uno, que anida en alguien que ha olvidado su esencia, que se posa en alguien que no conoce el sentido de su vida, o en alguien que no ha conocido el amor.  Tengo la certeza de que el Amor verdadero jamás produce aburrimiento.  Desde que yo conocí a Jesucristo, allá por 1987, no me he aburrido jamás en las cosas de la fe.  Es verdad que el seguimiento del Señor, primero como laico, luego como religioso y sacerdote, a veces me dejó muy cansado y agotado. A veces uno va también como rengueando, medio herido y magullado.  Pero jamás me he sentido aburrido de seguirLe.  Aburrido está quien en la vida no encuentra un sentido para caminar.  Desde que conocí a Jesucristo me faltan pies para caminar y me falta tiempo para seguir caminando y para seguir descubriendo caminos.  No sólo no me he aburrido, sino que espero ilusionado las nuevas intervenciones de Jesucristo en mi vida, más todavía cuando hace poco descubrí que a Él le gustan mucho las sorpresas. La palabra aburrimiento me parece ofensiva en grado sumo.

  

Tentaciones

 Un día me vino la tentación -fortísima- de ser grande.  Me vi como superior provincial, como Superior General, como Obispo, como Cardenal, como Papa incluso. Quizá eran los rezagos de mi adolescencia vivida entre movidas políticas y partidistas.  De pronto algo me dijo al oído que eso también era espuma, que era nada. Por ello decidí amar mi libertad.

 Gracias a Dios, el dinero nunca me ha quitado el sueño, ni cuando ha llegado generoso como para acariciarlo y esconderlo, ni cuando se ha acabado como para desesperarme o mendigarlo.  He sido un poco inconsciente, o quizá mucho, ya que todo lo he dejado a Dios.  Debo confesar que Él, Jesucristo, nunca me ha fallado, que siempre ha sido fiel a Su Palabra. Nuestro Dios es fiel.

 Jesucristo se apoderó de mi corazón desde que lo conocí a los 16 años. Algunos vaticinaron que ‘eso’ iba a durar unos meses a lo sumo, pero ya van 36 años y ese mismo fuego sigue intacto. Ciertamente, uno conoce rostros hermosos y personas muy lindas, pero el Señor me ha permitido saber de inmediato lo poca cosa que es la belleza humana, lo poca cosa que es la grandeza humana, lo nada que es este mundo comparado con la Eternidad que Él nos tiene reservada arriba, en los cielos. Considero que mi tesoro y mi éxito está y estará en el cielo.

  

Mis maestros

 Soy el resultado de lo que mis maestros, con tanta buena voluntad, intentaron plasmar en mí.  Agradezco al Señor el haber tenido varios y grandes maestros.  Quiero ahora recordar sobre todo a dos de ellos.

 -        En primer lugar al recordado P. Antonio Lusso Gotza, Oblato de San José. Probablemente, entre los que hoy me escuchan habrá muy pocos que le llegaron a conocer en vida.  El P. Antonio, q.e.p.d., fue uno de esos sacerdotes que con solo verlo hacía que te transportaras a la región más pura del alma. Fue mi primer director espiritual, puedo decir que gocé de su cariño paterno y de su apoyo en momentos muy duros. Durante mis años de formación, siempre fue para mí un gozo escucharle y era yo el primero que saltaba de alegría cuando me enteraba de que el próximo retiro espiritual lo iba a predicar él.  Querido Padre Antonio Lusso, te fuiste al cielo estando de misionero en Bolivia a tus más de ochenta años.  Me enteré de tu muerte cuando estaba a punto de escribirte, pues sabía cuánto te alegraban mis cartas. Perdona mi silencio de varios años. Gracias Padre, gracias hasta el cielo.

 -        En segundo lugar, traigo a la memoria la imagen de un gigante del espíritu, a quien le debo, después de P. Antonio Lusso, prácticamente todo lo que soy como religioso y sacerdote. Me refiero al entrañable P. Ignacio Muguiro Gil de Biedma, jesuita. Sólo Dios sabe hasta qué punto P. Muguiro, q.e.p.d., influyó en mi vida espiritual. Era un gozo y un gran consuelo escucharlo.  Cada retiro era único, aunque a veces nos contase algunas historias muy repetidas.  A veces le veía como Moisés, con el rostro encendido, otras veces lo veía como un niño grande y feliz. A veces tenía la impresión de que tenía los ojos de Jesucristo.  Tenían sus palabras e historias el sabor del pan recién salido del horno.  Sus glosas y recreaciones literarias (composiciones del lugar, en lenguaje ignaciano), eran toda una delicia.  En sus retiros podíamos partirnos de risa y también llorar a moco tendido, y a veces hacíamos una cosa después de la otra y sin parar.  Aún echo de menos su presencia en Villa Kostka.  Su voz cálida y profunda, sus ocurrencias y su modo de mirar a Jesucristo cuando le celebraba, eran únicos. Él estaba lleno de Dios.

 Curiosamente, ambos -el P. Lusso y el P. Muguiro- murieron el mismo mes y el mismo año, diosidentemente el mismo año en que murió también el P. Gabriel Amorth, como si Dios no hubiese querido que aquellos tres grandes del Espíritu se quedasen en la tierra para ver lo que venía sobre la Iglesia y el mundo.

 He gozado de la amistad y el cariño de toda una pléyade de sacerdotes de un nivel espiritual altísimo, los Oblatos: P. Tulio Brida, P. Guillermo Calliari, P. Faustino Cimarolli, P. Pascual Pontelandolfo, P. Juan Saglietti, P. Sebastián Fancello.  Los jesuitas: P. Miguel Marina, Mons. Hornedo, Mons. Prado, P. José Ridruejo. 

 Quiero recordar con agradecimiento a la Congregación de los Oblatos de San José, que me formó y me llevó al altar para ser ordenado sacerdote.  Gracias a ellos conocí a muchos religiosos santos y buenos.  Agradezco a Mons. Antonio Santarsiero, actual Obispo de Huacho, que fue mi formador, y al P. Marcelo Corazzolla Zadra, que fue mi admirado maestro de novicios, y que tanta paciencia tuvo conmigo.

  

Perdón

 Con tan grandes maestros en el espíritu, yo tenía que haber sido mucho mejor de lo que soy: lo siento muy de veras. Por eso, les pido humildemente perdón por mis errores, fallas y pecados. Sé que muy posiblemente he ofendido a varios, que no he tratado bien a otros y que probablemente mi caridad ha sido insuficiente y pequeña. Aún siento que la casulla me queda grande y cuánto quisiera tener mil vidas para darlas al Señor, todas, todas, también en reparación de mis propios pecados. Les pido humildemente, perdón a todos.

  

Monje RPS

 El Señor tuvo tanta misericordia conmigo que un día me llamó en medio del éxito pastoral. Me dijo: “Una cosa te falta: déjalo todo y sígueme”.  Pasé por una profunda oscuridad, pues no sabía exactamente a dónde me estaba dirigiendo el Señor. Tenía algunas ideas, algunas intuiciones, pero también tenía miedo y sufría una oscuridad espiritual muy fuerte. En medio de todo esto, en un auténtico acto de fe, junto con Sor Karinita de Jesús, dimos inicio a la Comunidad RPS.  Pasé por tres años de luchas interiores, luego de los cuales profesé como religioso RPS. Ahora veo claro que mi sacerdocio, gracias a este nuevo llamado, adquirió una profundidad particular. Después de sentirme profundamente solo, el Señor me regaló una nueva familia.

 Mi sacerdocio cobró nueva profundidad gracias al segundo llamado.  Muchas de mis actividades cesaron, pero fue naciendo en mí, no sin dolor, un nuevo corazón. Y vino el llamado a una más seria humildad, el llamado a una oración más confiada, el llamado a una pobreza más real, y más efectiva.  El Señor puso en mí un ansia de adorarle en silencio, de quedarme con Él más tiempo. 

 Pero no sólo eso. Un día el Señor inspiró a la Comunidad naciente la necesidad de abrirnos al Espíritu Santo. Y entonces yo, aquel sacerdote renuente a todo lo ‘carismático’ de pronto me vi envuelto en aquel primer Pentecostés, tan fuerte fue que me obligó a dejar antiguos esquemas y sustituirlos por nuevos modos de ver las cosas.   De pronto noté que mis predicaciones se hacían más bíblicas, más frescas. 

  

La Reina de la Paz

 Un día, después de una visita a Medjugorje, sentí en el corazón dos palabras: “Sanación” y “Retiro”.  Ahora sé que era la Reina de la Paz la que me marcaba la tarea: debes hacer retiros de sanación para tus hermanos.  Junto con mis hermanos RPS, hemos ofrecido este servicio durante siete años.  El Señor quiso que mi ministerio sirviera también para la liberación espiritual de varias personas.  Yo no busqué estas cosas, fue Él y La Reina de la Paz los que me llevaron por aquel camino.  He sido inmensamente feliz al ver que varias personas han recuperado la paz, la alegría de vivir, el entusiasmo de la fe, la reconciliación consigo, con los demás y con Dios.

 Haber sido llamado a servir al Señor en la escuela de la Reina de la Paz le ha proporcionado a mi sacerdocio una tonalidad nueva, incluso hasta diría que -gracias a la Reina de la Paz de Medjugorje- he cobrado un poco de ternura y dulzura, cosa que de otro modo jamás lo habría logrado. Antes, a decir de quienes me conocieron, tenía la ternura propia de un bulldozer o de un tractor caterpillar, ahora creo que me he limado un poco, voy avanzando.

 Durante los primeros doce años de mi ministerio serví al Señor entre los Oblatos de San José, luego el Señor me llamó a servirLe en la escuela de la Reina de la Paz.  San José me llevó a Su Esposa.  Gracias al regalo de la Comunidad RPS he visto como mi seguimiento del Señor se ha enriquecido tremendamente. Agradezco al Señor el hecho de tener que compartir ciertos aspectos de mi consagración con hermanas religiosas, consagradas a Dios, ya que esta posibilidad me ha ayudado a superar muchos esquemas mentales quizá machistas.  De mis hijas RPS he aprendido el don de la caridad más fina, como también el valor del trabajo bien hecho y la humildad que no se cansa de dar. De mis hijos RPS he aprendido la sencillez, la libertad de corazón y el ser como niños. 

  

Providencia, Oración y Ángeles

 Gracias al segundo llamado, desde los inicios de la historia de la Comunidad RPS, he podido tocar con mano la Providencia de Dios.  Aquí, en este Monasterio tan sencillo, se ha multiplicado la comida varias veces, se ha multiplicado el dinero, ha aparecido dinero de la nada, las cuentas bancarias que manejamos subieron sus dígitos de la noche a la mañana por lo menos una vez, y nuestro almacén de Providencia -durante la plandemia- sirvió para ayudar a más de veinte familias muy necesitadas durante largo tiempo.  No por nada este se llama el Monasterio de la Providencia. Doy gracias a Dios junto con mis hermanos, porque Él ha estado grande con nosotros y estamos alegres.

 Muchas personas nos han pedido y nos piden de orar por sus intenciones.  A muchas de ellas solo las conocemos por teléfono o por las redes. Damos gloria a Dios porque muchísimas veces el Señor nos ha demostrado cuán grande y poderosa es la oración que se hace en comunidad y en cadena con otras personas.  Hemos visto cómo ha habido muchas personas que se han sanado de males graves y fuertes, cómo han nacido muy bien niños que se sabía que iban a nacer mal, cómo de pronto tumores y cánceres han remitido o desaparecido.

 Los ángeles nos han dado prueba no sólo de su existencia sino de su protección, de su poder y de su alabanza. En este Monasterio, así como durante los retiros de Semana Santa, hemos experimentado cómo los ángeles están cerca de nosotros, cómo nos han protegido de graves males y cómo han cantado junto a nosotros o incluso, cómo han cantado en lugar de nosotros. ¿Hace falta decir que con esto he visto cómo mi sacerdocio se ha amplificado hasta alturas y profundidades insospechadas?

 Sobre todo en estos últimos trece años de ministerio, he visto muchas maravillas obradas por Dios delante de mis ojos. Creo firmemente en los milagros, creo firmemente en el poder de Dios y en la efectividad de la oración. Creo en el poder de una bendición sacerdotal.  Creo en la efectividad de los sacramentales.  Creo en las realidades sobrenaturales.  En realidad, mi sacerdocio se ha visto inmensamente enriquecido con tantas experiencias del amor de Dios, sobre todo desde que iniciamos la Comunidad RPS y desde el surgimiento de Oasis de Paz, algo que no habíamos programado.

  

Oasis de Paz

 El Señor nos ha regalado una gran familia, en la que Oasis de Paz es la rama seglar.  Surgió sin nosotros haberlo planeado, en julio del 2010.  Con el paso de los años fue creciendo. Hoy son 13 OdP, con seglares y simpatizantes no sólo en Perú, sino también en España, Alemania, Estados Unidos, Suiza, Costa Rica y Nicaragua.  Al ver hoy cuánto se ha extendido, agradezco al Señor porque me está llamando insistentemente a tener un corazón de Padre, un gran corazón de Padre.  Es un reto y un honor para mí. Es una tarea pendiente para mí para estos próximos 25 años de sacerdocio que me quedan por caminar… bueno, espero lograrlo un poquito antes.

 Lo que más quisiera es que todos ustedes -seglares, orantes y simpatizantes de OdP-, amen mucho al Señor, y que cada uno se comprometa de verdad a colaborar con la realización de los planes de la Reina de la Paz.  Tengo la esperanza de que de Oasis de Paz brotará en algún momento un fuerte espíritu de santidad, si es que se deciden a ser radicales en su fe, esperanza y caridad. Vivimos tiempos de oscuridad, y son muy necesarios los creyentes que se decidan a dejarse quemar por el Espíritu para ser luz para los demás.

 Gracias a los que de entre ustedes oran bastante, gracias a los que de entre ustedes aman al Señor con toda el alma, gracias a los que de entre ustedes se han tomado en serio el Evangelio.  Gracias a los padres de familia que protegen la inocencia de sus niños, gracias a los adolescentes que viven en pureza, gracias a los jóvenes que aman su libertad y no se dejan esclavizar, gracias a los ancianos que sonríen y esperan en el Señor, gracias a los casados que viven una fidelidad llena de vida, gracias a los solteros que santifican su existencia haciendo lo que le agrada a Dios.

  

¡Gracias!

 Está visto que el Señor no me ha dejado solo. Me ha dado una gran familia. Quiero agradecer muy de veras a mi Comunidad RPS.  Gracias a mi socia y hermana: Sor Karinita de Jesús, por tanto.  Ella ha sido y es providencial para la Comunidad y para mí. Gracias Madrecita. Podría decir mucho más, pero sé que Dios lo sabe.  Gracias a mis hijos en el Señor: Sor Diana del Santo Rosario, Fray Shomer del Inmaculado Corazón y Fray Jonathan de San José. Hoy no me queda duda: Éste es el lugar donde Dios me quería, con ustedes. Gracias queridos RPS.

 Agradezco también a mis queridos hijos de Oasis de Paz, los seglares y simpatizantes, sobre todo a quienes guío espiritualmente. Gracias por su cercanía y por haber aceptado el reto de construir esta Comunidad, tan singular. El Señor a todos ustedes les colme de sus mejores bendiciones.

 Agradezco muy de corazón a mis amados padres, Israel y Carmen. De mi padre, he aprendido sobre todo a ser libre, a ser luchador, y a ser creativamente rebelde. De mi madre he aprendido a ser desprendido, bromista y… me gustaría decir que también he aprendido a ser humilde, noble y bueno de alma, pero esa es una triple asignatura que tengo también pendiente. Pero de ambos he aprendido la fe, la fe sencilla y el arte de los brazos abiertos para acoger.

 Gracias también a mi hermana Hilda y a su esposo Paco, a Francis y Noe y a todos mis familiares, tíos y primos, los llevo siempre en el corazón.

 Quiero dar gracias también al P. Martín Scott, mi actual padre espiritual. Él está ahora predicando en el extranjero. Agradezco al Señor por habérmelo dado en un momento realmente necesario. Considero al P. Martín no mi cable a tierra sino mi cable al cielo.

 Gracias a mis hermanos sacerdotes presentes, por su amistad, por el gesto tan amable que han tenido de venir y concelebrar. El Señor les pague abundantemente.

 Doy gracias a Dios por Mons. Carlos García Camader, Obispo de nuestra Diócesis de Lurín, Lima sur, que confió en nuestro proyecto de vida, en este par de locos -Sor Karinita y yo- tanto como para exponerse seguramente a sufrir un poco por acogernos y apoyarnos.  Agradezco también a los sacerdotes y religiosos de esta diócesis por contribuir a crear una iglesia viva y fraterna.

 Gracias a todos nuestros amigos y benefactores de la Comunidad RPS.  Varios de ellos están hoy aquí.  La lista es larga, no los enumero, pero los llevo en el corazón.

 Todo es gracia. Todo es signo de Su amor. No sólo no tengo ninguna queja contra Dios, sino que me siento abrumado cada día con el amor de Jesucristo.

 Les pido a todos ustedes su generosa oración para ser fiel al Señor hasta el final.

 Gracias Señor, la Gloria sea siempre a Ti. Y no te olvides, no escondas Tus flores a mis abejas, tan sedientas de beber.

 Amén.

 

Fr. Israel del Niño Jesús, R.P.S.

Monasterio de la Providencia, Pachacámac, Lima - Perú.

25 de octubre del 2023.