Comparto con todos ustedes las palabras que pronuncié en la Celebración por mis 25 años de sacerdocio, el pasado 25 de octubre. Helas aquí:
¡Shalom!
Y así, en
casi un abrir y cerrar de ojos, he llegado a los 25 años de ministerio
sacerdotal. Casi no me lo creo. No sé ustedes cómo me vean, pero yo no siento
que sean tantos años. Gracias a Dios hace unos meses, un hermano sacerdote -al
decirle yo mi edad-, me dijo a bocajarro: “¡Padre, usted es un tragaaños!” Esa
frase me ha subido más todavía la autoestima.
Aquél
día
Aquel 25
de octubre de 1998, el día amaneció nublado y frío. Vinieron muy temprano a
recogernos de la Casa de Retiros, nos llevaron en volandas al seminario mayor
de los Oblatos de San José para ponernos la ropa nueva, muy para la ocasión.
Apenas pude despedirme de las buenas religiosas que nos atendieron muy bien
durante los Ejercicios Espirituales. El P. Ignacio Muguiro, fiel a su estilo,
no quiso despedirse, se inventó una ocupación y no pudimos encontrarlo en
ningún lugar donde buscamos, claro que siendo la casa de retiros un predio de
más de ocho hectáreas era muy fácil que por allí se escondiera.
Ahora
estábamos en camino a la catedral, íbamos nerviosos y sonrientes, éramos seis
diáconos que aquel día íbamos a ser ordenados sacerdotes del Altísimo por
imposición de manos del recordado Cardenal Augusto Vargas Alzamora. Ninguno de
nosotros había tenido antes alguna experiencia pastoral en parroquias, veníamos
del puro seminario, todos teníamos ya ocupaciones referidas a la formación
religiosa y sacerdotal, en aquellos tiempos la congregación contaba con más de
120 formandos en total, así que todos éramos formadores.
El Padre
Provincial aceptó que fuésemos ordenados en el día principal de los festejos
por el 50° aniversario de los Oblatos en el Perú. La fiesta estaba ya
organizada y nosotros seríamos algo así como la cereza del pastel.
Recuerdo
que yo ya estaba listo para salir a la ceremonia, estábamos esperando la señal
para salir en procesión. Más de 80 sacerdotes nos acompañaban, varios obispos,
todo listo para un auténtico pontifical. Superadas las emociones iniciales, me traté de
meter en la liturgia con toda el alma. Felizmente, el maestro de ceremonias era
nuestro compañero de estudios de Teología y nos daba confianza. Yo no sentí nada especial durante los ritos
de la ordenación, aunque por un momento imaginé que algo así tendría que
suceder. Pero me vi sorprendido cuando
el Superior General me revistió con la Casulla, cuando el Cardenal Augusto
ungía despacio mis manos, cuando me entregaba el cáliz y cuando, de pronto, se
hizo una ovación larga y emotiva al volvernos al pueblo de Dios y ser
presentados como sacerdotes.
Algunos
recuerdos
El
primero es uno de los más entrañables recuerdos de los primeros días de mi
sacerdocio. Sucedió cuando una noche me
llamaron a confesar. Era la primera vez que confesaba. Era una ancianita y sus
dos nietos que al día siguiente iban a realizar la Primera Comunión. No
recuerdo nada de lo que confesaron. Pero sí recuerdo nítidamente la fuerte
emoción que sentí al levantar la mano y trazar la Cruz en el aire mientras me
esforzaba por recordar la fórmula de la absolución. De la pura emoción, casi la
había olvidado.
El
segundo recuerdo precioso que guardo en el corazón es el de haber predicado
muchas veces provocando la risa a carcajadas de varios niños pequeños y no tan
pequeños. Por lo menos, sé que les he
ayudado a pasar un buen rato cerca de Dios.
El tercer
recuerdo es el de los más de 120 jóvenes de confirmación que confesé dos
noches, desde las 7 de la noche hasta las 2 y media de la madrugada. Aunque mi desgaste físico y emocional fue
fuerte, recuerdo esas noches gloriosas porque muchos de estos chicos hicieron
una excelente confesión y se mostraban tan agradecidos por la misericordia de
Dios.
El cuarto
recuerdo es el de una viejita a punto de morir. Me llamaron al hospital y fui
enseguida. Era doña Narcisa, que ya se iba y quería hablar conmigo. Le había
llevado la comunión durante varios meses los primeros viernes. Apenas entro en
la sala donde estaba postrada, se vuelve y me ve con unos ojos de niña. Yo
comienzo la liturgia de la Unción de los enfermos y ella solo me mira con una
mirada tal como si estuviera viendo a Dios mismo. Pocas veces me he conmovido
tanto dando la Unción. Al final, me extiende la mano, le miro y le doy otra vez
la bendición. Ella me dice: Padre nuestro que estás en el cielo…. Y no me
suelta. Y seguía repitiendo el Padre nuestro… sin cesar y con aquellos ojos de
cielo.
La
novedad del sacerdocio
Gracias
al Señor, la novedad del sacerdocio me duró mucho tiempo, varios años. Siempre he pensado que nunca habrá motivo
suficiente para ser menos fervoroso en mi trato con Dios. Siempre he pensado que el tiempo no puede
desgastar el amor. Siempre he pensado que la liturgia merece todo respeto, y aunque
a veces los medios materiales y económicos no sean los suficientes para
realzarla, no faltaría por mi parte un corazón que Le ame sinceramente. Nunca he
querido celebrar la Misa rapidito ni acortarla porque el programa era extenso.
Nunca acepté una Misa tras otra, ni cuando fui párroco. Jamás he multiplicado las misas por dinero ni
por complacer a nadie. Nunca me ha cansado ni aburrido Jesús.
Hay una
cosa que siempre he temido: llegar a considerar el sacerdocio como un cargo, y
por ello, sentirme como un funcionario de no sé qué reino. He tratado de no asumir la postura del
capataz, ni la del carnicero ni la del enterrador. He querido ser ante todo, un amigo de
Jesucristo. Sé que me falta mucho camino
por recorrer, pero no ansío más que eso, ser un buen amigo de Jesucristo.
¿Cómo
empezó todo?
Empezó a
finales de los ochenta. Una noche, sin mayor previsión ni preparación, el Señor
me soltó una pregunta, que era toda una invitación, una suave expresión de Su
Voluntad sobre mí: “¿Por qué no sacerdote?” Es verdad que Él jamás me
obligó, siempre me dejó libre. Pero cuando tú sabes que alguien que te ama con
locura te propone algo, sabes también que eso que te pide Él, es realmente lo
mejor, y tú sabes que si no le haces caso es como si le dejaras con un dolor
muy grande. Sí, yo le dije SI a
Jesucristo porque quise contentarlo, porque me dí cuenta de que eso le haría
feliz. No se me ocurrió otra cosa. No
sería capaz, Señor, de hacer o decir algo que pudiera no contentarte, no podría
vivir en paz si Tú te quedaras triste por un no que yo te haya dado. Con todo, aquella noche tuve miedo, y traté
de ser un buen actor con Él. Decidí actuar diciéndole que tenía mucho sueño,
que ‘hasta mañana’ que quizá luego hablaríamos. Me volteé para dormir y… no
pude dormir. Sentí que Él estaba allí, sin incomodarse, sonriente, tan
tranquilo, como si dijera: “Claro, claro, tienes mucho sueño. No te preocupes, yo aquí espero”. Y como,
felizmente, ha sucedido varias veces en mi pequeña historia, el Señor siempre
ha ganado, siempre ha vencido. Él ganó en el tema de mi vocación. Me venció. Me
dejé vencer. Después de unos meses, Le dije si, y una alegría de
manantial pobló mi alma. Y si hoy soy religioso y sacerdote es porque Él así me
lo pidió, porque a Él eso le agradaba.
Agrego un
poco más: en un primer momento, cuando cedí y dominé mis miedos y le di al
Señor mi primer SI, se me ocurrió una coartada: seré sacerdote diocesano
[que me perdonen los sacerdotes diocesanos presentes]. Sabía que ellos de algún
modo tienen más ‘libertades’ o independencia en su vida personal, y que de
algún modo mi vida sería más fácil así.
Cuando estaba por decírselo al Señor en oración, me hizo sentir su
palabra en el corazón: “Religioso”. Asentí y le di mi SI. Unos días después, de modo providencial e
inesperado, conozco a los Oblatos y a los seis meses de discernimiento ingresé,
contento, a la vida religiosa. En ese momento no sabía que muchos años después,
en el 2010, el mismo Señor me llamaría -junto con Sor Karinita- a iniciar la
familia religiosa de los Siervos de la Reina de la Paz.
Contento
Contento
profesé como religioso. Contento le di mi si para toda la vida. Contento
me ordené sacerdote. Contento he caminado en el ministerio. Contento obedecí a la voz de Dios que me
hablaba por medio de mis superiores. Gracias a Dios, no he tenido crisis de
identidad, ni de soledad, ni siquiera me he angustiado mayormente por un futuro
material que nunca se vio claro.
Como en
todo camino de seguimiento del Señor, he tenido cruces para llevar sobre los
hombros, he recibido y cargo alhajas para el alma, sé lo que es pasar
por el viernes santo, he experimentado la contradicción, la incomprensión, sé
cuán destructiva puede ser la maledicencia, el chisme, la envidia y los celos,
aún entre personas consagradas a Dios.
Pero todo ello jamás ha logrado variar un milímetro mi decisión y mi
deseo de agradar a Dios haciendo lo que a Él le agrada. Y varias veces, de tanto hacer lo que a Él le
gusta veo que termina gustándome a mí también. Como dice Pablo Martínez: “Estoy
tan seguro, es Él que me tiene”.
Tres
palabras prohibidas
He pasado
por varios lugares del Perú, he vivido -algunos días- en zonas preciosas y de
ensueño, y también sé vivir durmiendo en el suelo y comiendo ocas en una puna,
sobre los 4 mil metros de altura. Y
varias personas de tanto en tanto me han preguntado: “¿Ya se habrá
acostumbrado, verdad Padrecito?” Debo
decir que siempre he tenido un problema con tres palabras: costumbre, éxito y
aburrimiento.
La
palabra ‘costumbre’ es la primera que no me cae bien. Si hay que
decirlo, lo diré: jamás me he acostumbrado a ser religioso ni a ser sacerdote. Cada día es para mí un reto, una novedad, es
así que con 25 años de ministerio siempre descubro algo nuevo referido al
sacerdocio: cuando celebro la Eucaristía, cuando confieso, cuando presido un
sacramento, cuando medito la Palabra, cuando Le adoro expuesto en el Altar,
cuando me quedo a los pies del Sagrario.
Me alegra decir que vivo el ministerio con el mismo fuego que cuando lo
recibí a los 27 años. Nomás que ahora es a veces un fuego más atesorado y menos
disparatado, pero es el mismo fuego nuevo que el Señor quiso encender en mí,
por pura misericordia y sin méritos míos. Personas e instituciones han pasado
por mi vida, he vivido experiencias de cielo y consolación, y sé también lo que
es la desolación espiritual y la soledad más profunda, sé lo que es la
fidelidad de los amigos y la traición de los que no lo fueron, pero en todo
ello siempre ha quedado a salvo mi amor por Jesucristo, por Su eterna novedad,
ese Rostro que busco todos los días y que de tanto verlo cada mañana me resulta
nuevo. No vivo de costumbres, vivo de
sorpresas.
La
palabra ‘éxito’ es una palabra que hoy por hoy me sabe a buen chiste. Con una mirada superficial, podría decir que
he tenido un ministerio ‘exitoso’ estos 25 años. Pero sé muy bien que -humanamente hablando-
eso es muy relativo. Les cuento algo. Cuando fui párroco en Cajabamba, -en
aquella parroquia que es en verdad casi una prelatura-, con la Gracia de Dios
pude hacer muchas cosas que antes y -me enteré luego- después ningún otro
párroco ha podido realizar. Todos nos querían como a sus héroes. Pero el Señor
me llamó en medio del ‘éxito’ para dejarlo todo e irme a la aventura. Años después, siendo ya monje RPS, vi
claramente todo ese éxito era nada. El éxito es una palabra y una realidad
engañosa, es una espuma. Somos
discípulos de un Crucificado, y eso quiere decir que nuestro mayor éxito es
poder dar la vida con los brazos abiertos: perdiendo generosamente, muriendo
serenamente, callando confiadamente, confiando insistentemente.
La
tercera palabra: ‘aburrimiento’, alude a una realidad que siempre me ha
provocado lástima. Pienso que el
aburrimiento está en el interior de uno, que anida en alguien que ha olvidado
su esencia, que se posa en alguien que no conoce el sentido de su vida, o en
alguien que no ha conocido el amor. Tengo
la certeza de que el Amor verdadero jamás produce aburrimiento. Desde que yo conocí a Jesucristo, allá por
1987, no me he aburrido jamás en las cosas de la fe. Es verdad que el seguimiento del Señor,
primero como laico, luego como religioso y sacerdote, a veces me dejó muy
cansado y agotado. A veces uno va también como rengueando, medio herido y
magullado. Pero jamás me he sentido
aburrido de seguirLe. Aburrido está
quien en la vida no encuentra un sentido para caminar. Desde que conocí a Jesucristo me faltan pies
para caminar y me falta tiempo para seguir caminando y para seguir descubriendo
caminos. No sólo no me he aburrido, sino
que espero ilusionado las nuevas intervenciones de Jesucristo en mi vida, más
todavía cuando hace poco descubrí que a Él le gustan mucho las sorpresas. La
palabra aburrimiento me parece ofensiva en grado sumo.
Tentaciones
Un día me
vino la tentación -fortísima- de ser grande.
Me vi como superior provincial, como Superior General, como Obispo, como
Cardenal, como Papa incluso. Quizá eran los rezagos de mi adolescencia vivida
entre movidas políticas y partidistas.
De pronto algo me dijo al oído que eso también era espuma, que era nada.
Por ello decidí amar mi libertad.
Gracias a
Dios, el dinero nunca me ha quitado el sueño, ni cuando ha llegado generoso
como para acariciarlo y esconderlo, ni cuando se ha acabado como para desesperarme
o mendigarlo. He sido un poco
inconsciente, o quizá mucho, ya que todo lo he dejado a Dios. Debo confesar que Él, Jesucristo, nunca me ha
fallado, que siempre ha sido fiel a Su Palabra. Nuestro Dios es fiel.
Jesucristo
se apoderó de mi corazón desde que lo conocí a los 16 años. Algunos vaticinaron
que ‘eso’ iba a durar unos meses a lo sumo, pero ya van 36 años y ese mismo
fuego sigue intacto. Ciertamente, uno conoce rostros hermosos y personas muy
lindas, pero el Señor me ha permitido saber de inmediato lo poca cosa que es la
belleza humana, lo poca cosa que es la grandeza humana, lo nada que es este
mundo comparado con la Eternidad que Él nos tiene reservada arriba, en los
cielos. Considero que mi tesoro y mi éxito está y estará en el cielo.
Mis
maestros
Soy el
resultado de lo que mis maestros, con tanta buena voluntad, intentaron plasmar
en mí. Agradezco al Señor el haber
tenido varios y grandes maestros. Quiero
ahora recordar sobre todo a dos de ellos.
-
En
primer lugar al recordado P. Antonio Lusso Gotza, Oblato de San José.
Probablemente, entre los que hoy me escuchan habrá muy pocos que le llegaron a
conocer en vida. El P. Antonio,
q.e.p.d., fue uno de esos sacerdotes que con solo verlo hacía que te transportaras
a la región más pura del alma. Fue mi primer director espiritual, puedo decir
que gocé de su cariño paterno y de su apoyo en momentos muy duros. Durante mis
años de formación, siempre fue para mí un gozo escucharle y era yo el primero
que saltaba de alegría cuando me enteraba de que el próximo retiro espiritual
lo iba a predicar él. Querido Padre
Antonio Lusso, te fuiste al cielo estando de misionero en Bolivia a tus más de
ochenta años. Me enteré de tu muerte
cuando estaba a punto de escribirte, pues sabía cuánto te alegraban mis cartas.
Perdona mi silencio de varios años. Gracias Padre, gracias hasta el cielo.
-
En
segundo lugar, traigo a la memoria la imagen de un gigante del espíritu, a
quien le debo, después de P. Antonio Lusso, prácticamente todo lo que soy como
religioso y sacerdote. Me refiero al entrañable P. Ignacio Muguiro Gil de
Biedma, jesuita. Sólo Dios sabe hasta qué punto P. Muguiro, q.e.p.d., influyó
en mi vida espiritual. Era un gozo y un gran consuelo escucharlo. Cada retiro era único, aunque a veces nos
contase algunas historias muy repetidas.
A veces le veía como Moisés, con el rostro encendido, otras veces lo
veía como un niño grande y feliz. A veces tenía la impresión de que tenía los
ojos de Jesucristo. Tenían sus palabras
e historias el sabor del pan recién salido del horno. Sus glosas y recreaciones literarias
(composiciones del lugar, en lenguaje ignaciano), eran toda una delicia. En sus retiros podíamos partirnos de risa y
también llorar a moco tendido, y a veces hacíamos una cosa después de la otra y
sin parar. Aún echo de menos su presencia
en Villa Kostka. Su voz cálida y
profunda, sus ocurrencias y su modo de mirar a Jesucristo cuando le celebraba,
eran únicos. Él estaba lleno de Dios.
Curiosamente,
ambos -el P. Lusso y el P. Muguiro- murieron el mismo mes y el mismo año,
diosidentemente el mismo año en que murió también el P. Gabriel Amorth, como si
Dios no hubiese querido que aquellos tres grandes del Espíritu se quedasen en
la tierra para ver lo que venía sobre la Iglesia y el mundo.
He gozado
de la amistad y el cariño de toda una pléyade de sacerdotes de un nivel
espiritual altísimo, los Oblatos: P. Tulio Brida, P. Guillermo Calliari, P.
Faustino Cimarolli, P. Pascual Pontelandolfo, P. Juan Saglietti, P. Sebastián
Fancello. Los jesuitas: P. Miguel
Marina, Mons. Hornedo, Mons. Prado, P. José Ridruejo.
Quiero
recordar con agradecimiento a la Congregación de los Oblatos de San José, que
me formó y me llevó al altar para ser ordenado sacerdote. Gracias a ellos conocí a muchos religiosos
santos y buenos. Agradezco a Mons.
Antonio Santarsiero, actual Obispo de Huacho, que fue mi formador, y al P.
Marcelo Corazzolla Zadra, que fue mi admirado maestro de novicios, y que tanta
paciencia tuvo conmigo.
Perdón
Con tan
grandes maestros en el espíritu, yo tenía que haber sido mucho mejor de lo que
soy: lo siento muy de veras. Por eso, les pido humildemente perdón por mis errores,
fallas y pecados. Sé que muy posiblemente he ofendido a varios, que no he
tratado bien a otros y que probablemente mi caridad ha sido insuficiente y
pequeña. Aún siento que la casulla me queda grande y cuánto quisiera tener mil
vidas para darlas al Señor, todas, todas, también en reparación de mis propios
pecados. Les pido humildemente, perdón a todos.
Monje
RPS
El Señor
tuvo tanta misericordia conmigo que un día me llamó en medio del éxito
pastoral. Me dijo: “Una cosa te falta: déjalo todo y sígueme”. Pasé por una profunda oscuridad, pues no
sabía exactamente a dónde me estaba dirigiendo el Señor. Tenía algunas ideas,
algunas intuiciones, pero también tenía miedo y sufría una oscuridad espiritual
muy fuerte. En medio de todo esto, en un auténtico acto de fe, junto con Sor
Karinita de Jesús, dimos inicio a la Comunidad RPS. Pasé por tres años de luchas interiores, luego
de los cuales profesé como religioso RPS. Ahora veo claro que mi sacerdocio,
gracias a este nuevo llamado, adquirió una profundidad particular. Después de
sentirme profundamente solo, el Señor me regaló una nueva familia.
Mi
sacerdocio cobró nueva profundidad gracias al segundo llamado. Muchas de mis actividades cesaron, pero fue
naciendo en mí, no sin dolor, un nuevo corazón. Y vino el llamado a una más seria
humildad, el llamado a una oración más confiada, el llamado a una pobreza más
real, y más efectiva. El Señor puso en
mí un ansia de adorarle en silencio, de quedarme con Él más tiempo.
Pero no
sólo eso. Un día el Señor inspiró a la Comunidad naciente la necesidad de
abrirnos al Espíritu Santo. Y entonces yo, aquel sacerdote renuente a todo lo
‘carismático’ de pronto me vi envuelto en aquel primer Pentecostés, tan fuerte
fue que me obligó a dejar antiguos esquemas y sustituirlos por nuevos modos de
ver las cosas. De pronto noté que mis
predicaciones se hacían más bíblicas, más frescas.
La
Reina de la Paz
Un día,
después de una visita a Medjugorje, sentí en el corazón dos palabras: “Sanación”
y “Retiro”. Ahora sé que era la
Reina de la Paz la que me marcaba la tarea: debes hacer retiros de sanación
para tus hermanos. Junto con mis
hermanos RPS, hemos ofrecido este servicio durante siete años. El Señor quiso que mi ministerio sirviera
también para la liberación espiritual de varias personas. Yo no busqué estas cosas, fue Él y La Reina
de la Paz los que me llevaron por aquel camino.
He sido inmensamente feliz al ver que varias personas han recuperado la
paz, la alegría de vivir, el entusiasmo de la fe, la reconciliación consigo, con
los demás y con Dios.
Haber
sido llamado a servir al Señor en la escuela de la Reina de la Paz le ha proporcionado
a mi sacerdocio una tonalidad nueva, incluso hasta diría que -gracias a la
Reina de la Paz de Medjugorje- he cobrado un poco de ternura y dulzura, cosa
que de otro modo jamás lo habría logrado. Antes, a decir de quienes me
conocieron, tenía la ternura propia de un bulldozer o de un tractor
caterpillar, ahora creo que me he limado un poco, voy avanzando.
Durante
los primeros doce años de mi ministerio serví al Señor entre los Oblatos de San
José, luego el Señor me llamó a servirLe en la escuela de la Reina de la
Paz. San José me llevó a Su Esposa. Gracias al regalo de la Comunidad RPS he
visto como mi seguimiento del Señor se ha enriquecido tremendamente. Agradezco
al Señor el hecho de tener que compartir ciertos aspectos de mi consagración
con hermanas religiosas, consagradas a Dios, ya que esta posibilidad me ha
ayudado a superar muchos esquemas mentales quizá machistas. De mis hijas RPS he aprendido el don de la
caridad más fina, como también el valor del trabajo bien hecho y la humildad
que no se cansa de dar. De mis hijos RPS he aprendido la sencillez, la libertad
de corazón y el ser como niños.
Providencia,
Oración y Ángeles
Gracias
al segundo llamado, desde los inicios de la historia de la Comunidad RPS, he
podido tocar con mano la Providencia de Dios.
Aquí, en este Monasterio tan sencillo, se ha multiplicado la comida
varias veces, se ha multiplicado el dinero, ha aparecido dinero de la nada, las
cuentas bancarias que manejamos subieron sus dígitos de la noche a la mañana
por lo menos una vez, y nuestro almacén de Providencia -durante la plandemia-
sirvió para ayudar a más de veinte familias muy necesitadas durante largo tiempo. No por nada este se llama el Monasterio de la
Providencia. Doy gracias a Dios junto con mis hermanos, porque Él ha estado
grande con nosotros y estamos alegres.
Muchas
personas nos han pedido y nos piden de orar por sus intenciones. A muchas de ellas solo las conocemos por
teléfono o por las redes. Damos gloria a Dios porque muchísimas veces el Señor
nos ha demostrado cuán grande y poderosa es la oración que se hace en comunidad
y en cadena con otras personas. Hemos
visto cómo ha habido muchas personas que se han sanado de males graves y
fuertes, cómo han nacido muy bien niños que se sabía que iban a nacer mal, cómo
de pronto tumores y cánceres han remitido o desaparecido.
Los
ángeles nos han dado prueba no sólo de su existencia sino de su protección, de
su poder y de su alabanza. En este Monasterio, así como durante los retiros de
Semana Santa, hemos experimentado cómo los ángeles están cerca de nosotros,
cómo nos han protegido de graves males y cómo han cantado junto a nosotros o
incluso, cómo han cantado en lugar de nosotros. ¿Hace falta decir que con esto
he visto cómo mi sacerdocio se ha amplificado hasta alturas y profundidades
insospechadas?
Sobre
todo en estos últimos trece años de ministerio, he visto muchas maravillas
obradas por Dios delante de mis ojos. Creo firmemente en los milagros, creo
firmemente en el poder de Dios y en la efectividad de la oración. Creo en el
poder de una bendición sacerdotal. Creo
en la efectividad de los sacramentales.
Creo en las realidades sobrenaturales.
En realidad, mi sacerdocio se ha visto inmensamente enriquecido con
tantas experiencias del amor de Dios, sobre todo desde que iniciamos la
Comunidad RPS y desde el surgimiento de Oasis de Paz, algo que no habíamos
programado.
Oasis
de Paz
El Señor
nos ha regalado una gran familia, en la que Oasis de Paz es la rama
seglar. Surgió sin nosotros haberlo
planeado, en julio del 2010. Con el paso
de los años fue creciendo. Hoy son 13 OdP, con seglares y simpatizantes no sólo
en Perú, sino también en España, Alemania, Estados Unidos, Suiza, Costa Rica y
Nicaragua. Al ver hoy cuánto se ha extendido,
agradezco al Señor porque me está llamando insistentemente a tener un corazón
de Padre, un gran corazón de Padre.
Es un reto y un honor para mí. Es una tarea pendiente para mí para estos
próximos 25 años de sacerdocio que me quedan por caminar… bueno, espero
lograrlo un poquito antes.
Lo que
más quisiera es que todos ustedes -seglares, orantes y simpatizantes de OdP-, amen
mucho al Señor, y que cada uno se comprometa de verdad a colaborar con la
realización de los planes de la Reina de la Paz. Tengo la esperanza de que de Oasis de Paz
brotará en algún momento un fuerte espíritu de santidad, si es que se deciden a
ser radicales en su fe, esperanza y caridad. Vivimos tiempos de oscuridad, y
son muy necesarios los creyentes que se decidan a dejarse quemar por el
Espíritu para ser luz para los demás.
Gracias a
los que de entre ustedes oran bastante, gracias a los que de entre ustedes aman
al Señor con toda el alma, gracias a los que de entre ustedes se han tomado en
serio el Evangelio. Gracias a los padres
de familia que protegen la inocencia de sus niños, gracias a los adolescentes
que viven en pureza, gracias a los jóvenes que aman su libertad y no se dejan
esclavizar, gracias a los ancianos que sonríen y esperan en el Señor, gracias a
los casados que viven una fidelidad llena de vida, gracias a los solteros que
santifican su existencia haciendo lo que le agrada a Dios.
¡Gracias!
Está
visto que el Señor no me ha dejado solo. Me ha dado una gran familia. Quiero
agradecer muy de veras a mi Comunidad RPS.
Gracias a mi socia y hermana: Sor Karinita de Jesús, por tanto. Ella ha sido y es providencial para la
Comunidad y para mí. Gracias Madrecita. Podría decir mucho más, pero sé que
Dios lo sabe. Gracias a mis hijos en el
Señor: Sor Diana del Santo Rosario, Fray Shomer del Inmaculado Corazón y Fray
Jonathan de San José. Hoy no me queda duda: Éste es el lugar donde Dios me
quería, con ustedes. Gracias queridos RPS.
Agradezco
también a mis queridos hijos de Oasis de Paz, los seglares y simpatizantes,
sobre todo a quienes guío espiritualmente. Gracias por su cercanía y por haber
aceptado el reto de construir esta Comunidad, tan singular. El Señor a todos
ustedes les colme de sus mejores bendiciones.
Agradezco
muy de corazón a mis amados padres, Israel y Carmen. De mi padre, he aprendido sobre
todo a ser libre, a ser luchador, y a ser creativamente rebelde. De mi madre he
aprendido a ser desprendido, bromista y… me gustaría decir que también he
aprendido a ser humilde, noble y bueno de alma, pero esa es una triple asignatura
que tengo también pendiente. Pero de ambos he aprendido la fe, la fe sencilla y
el arte de los brazos abiertos para acoger.
Gracias
también a mi hermana Hilda y a su esposo Paco, a Francis y Noe y a todos mis
familiares, tíos y primos, los llevo siempre en el corazón.
Quiero
dar gracias también al P. Martín Scott, mi actual padre espiritual. Él está
ahora predicando en el extranjero. Agradezco al Señor por habérmelo dado en un
momento realmente necesario. Considero al P. Martín no mi cable a tierra
sino mi cable al cielo.
Gracias a
mis hermanos sacerdotes presentes, por su amistad, por el gesto tan amable que
han tenido de venir y concelebrar. El Señor les pague abundantemente.
Doy
gracias a Dios por Mons. Carlos García Camader, Obispo de nuestra Diócesis de
Lurín, Lima sur, que confió en nuestro proyecto de vida, en este par de locos
-Sor Karinita y yo- tanto como para exponerse seguramente a sufrir un poco por
acogernos y apoyarnos. Agradezco también
a los sacerdotes y religiosos de esta diócesis por contribuir a crear una
iglesia viva y fraterna.
Gracias a
todos nuestros amigos y benefactores de la Comunidad RPS. Varios de ellos están hoy aquí. La lista es larga, no los enumero, pero los
llevo en el corazón.
Todo es
gracia. Todo es signo de Su amor. No sólo no tengo ninguna queja contra Dios,
sino que me siento abrumado cada día con el amor de Jesucristo.
Les pido
a todos ustedes su generosa oración para ser fiel al Señor hasta el final.
Gracias
Señor, la Gloria sea siempre a Ti. Y no te olvides, no escondas Tus flores a
mis abejas, tan sedientas de beber.
Amén.
Fr. Israel del Niño Jesús, R.P.S.
Monasterio de la Providencia, Pachacámac, Lima - Perú.
25 de octubre del 2023.