domingo, 17 de febrero de 2008

¿Quién te acusa? ¿Quién te da la mano?

Cuando por primera vez escuché que la Sagrada Escritura llamaba al tentador, al Demonio, "acusador" me quedé muy impresionado. ¿Acusador de qué?, pensaba. Pasó un buen tiempo antes de que llegara a tener certeza sobre este punto y es lo que comparto con Ustedes en esta oportunidad.
El Demonio es el constante acusador de los que pretenden seguir a Jesucristo, el acusador que acusa día y noche a los hermanos. ¿De qué les acusa? Pienso que ante todo les acusa de pretendidas o supuestas infidelidades, les acusa de presuntas faltas e hipocresías; no quiere dejar tranquilos a los que se esmeran por agradar a Dios.
Pienso que una de las grandes acusaciones que lanza el enemigo a los seguidores de Jesús es sobre una presunta "indignidad", sobre una supuesta "no-santidad". El enemigo astuto susurra al oído de varios seguidores de Jesús estas preocupantes palabras: "Tú no eres digno" "Tú no puedes ser santo" "Ni siquiera pienses ser más espiritual porque tú no puedes serlo" "No eres santo ni lo serás nunca" "Mira tus miserias, tú no puedes levantarte del barro en que estás metido"
El acusador hace su triste oficio para quitar la esperanza, para borrar toda esperanza en una posible recuperación espiritual o moral, engendra desaliento, frustración, tristeza, quita la esperanza para que finalmente no nos atrevamos a querer salir de cualquier situación de pecado o de imperfección. Sus acusaciones son muy insidiosas y pueden quitarnos la paz y sumirnos en la desesperación o en la maligna convicción de que no podremos nunca ser santos.
Pero Jesucristo nos da su palabra constante y nos da la esperanza y la posibilidad constante de que podemos resurgir en cualquier momento, de que podemos ser como él, santos entre los santos. El acusador hace que nos fijemos con tristeza en nuestras miserias o debilidades humanas y no quiere que quitemos los ojos de ellas, nos las restriega por la cara, no quiere que elevemos la mirada.
Jesucristo, en cambio, permite que conozcamos nuestra debilidad y pobreza pero nunca lo hace para desanimar a nadie sino para ofrecer salvación en medio de la debilidad y santidad en medio de la pobreza y limitación, porque así son las obras de Dios: maravillas en medio de la debilidad y fragilidad humana.
Jesucristo sabe de qué estamos hechos y no se escandaliza tanto de nuestros pecados sino más bien de nuestra poca esperanza en poder resurgir con su ayuda.
Jesucristo es el Dios que da la mano a quien pide auxilio, es el Dios que se hace encontradizo a quien le busca sinceramente, es el Dios que se hace manantial siempre fresco para quien se reconoce tierra seca en su presencia. Jesucristo es el Dios de la oportunidad constante. Él nunca se decepciona de nadie porque no se equivoca, nunca se arrepiente de amar a nadie porque no se equivoca, Él sabe que cualquiera que clama por ayuda podrá ser santo como el Padre del cielo es santo.
Entonces, no existe nada tan maligno como el perder la esperanza y el dejarse llevar por las acusaciones falsas del Engañador y Homicida.
Jesucristo puede hacer de cualquiera que se acerca a Él, de tí y de mí, un gran santo, un hombre, una mujer feliz y plenos en Dios y para sus hermanos.
Jesucristo es nuestra esperanza, el Dios que da la mano.

domingo, 10 de febrero de 2008

Como nunca antes.

Creo firmemente en Jesucristo Señor de la historia. Creo también que a él le interesa nuestra historia humana y que él mismo se ha metido en nuestra historia y ha enredado sus días con los nuestros. Se ha hecho compañero y amigo en nuestro peregrinaje. Creo también firmemente que él no deja de confiar en nosotros y estoy seguro de que él cree firmemente en nosotros, en cada uno de nosotros, con nombre y apellidos y cree en nuestra historia personal y cree apasionadamente en nuestra conversión a él. No me cabe en la cabeza de que se haya decepcionado de nosotros, de cada uno, porque seamos muy pecadores o muy imperfectos. Dios no se equivoca. Y si nos creó por y con amor, si tuvo desde lo eterno una ilusión por nosotros, si cada uno de nosotros para él es único e irrepetible es porque seguramente existirá en el corazón de Dios un "lugar" que sólo nuestro amor personal podrá llenar.
Me gusta pensar que él cree en tí y en mí, a pesar de lo no-santos que podamos ser, a pesar de lo no-perfectos que podamos ser. Dios no se equivoca y es muy terco para no desilusionarse jamás de ninguno de nosotros por más historias negras que podamos tener. Y estoy seguro que hoy, cuando Dios vuelva a pensar en mí y en tí seguirá esperando, como Padre Bueno que es, que tú y yo algún día seamos lo que él nos soñó desde la eternidad.
Creo firmemente que Dios confía y cree en tí y en mí, aún cuando ya le hemos fallado innumerables veces. Sé que su amor nunca pasa y nunca se muda, que tanto hoy como ayer él te ama y me ama... como nunca antes.
Este como nunca antes siempre me ha llenado de ilusión y entusiasmo. Porque creo que es la base para entender la eternidad, que será la alegría y la paz infinita, que será una alegría y una paz que cada segundo será como nunca antes y sin ningún límite imaginable.
Y creo que Jesús cree en tí, porque es el Dios que da la mano y que se muestra a quien le busca con sincero corazón.
Y hoy ese mismo Dios, Padre Bueno, te sostendrá y te hará dormir en sus brazos y te acariciará y te contará la ilusión que siempre ha tenido por tí y que cada instante es como nunca antes.
Ese es el Dios que me ilusiona y yo quisiera que también te ilusione a tí.
Amén.

lunes, 4 de febrero de 2008

CUANDO DIOS HABLA Y JALA UNA CASULLA.

Debo decir que nunca me he acostumbrado a ser sacerdote, quiero decir: que cada día es para mí una entera novedad y muchas veces siento que la casulla me queda bien grande. Pero eso lo notaba todavía más cuando, teniendo sólo unas semanas de ordenación, una mañana me levanté muy temprano, para asegurar la oración personal, en lo que iría a ser -pensaba- un día muy atareado, más de lo normal. Luego de las oraciones de la mañana y del breve desayuno salí de la comunidad para el que fue uno de mis primeros destinos pastorales, una capilla muy acogedora y regida por una comunidad de religiosas.
Llegué un tanto nervioso, es que era Domingo de Ramos. Era la primera semana santa que iba a celebrar como sacerdote... Una hermana me indica que la celebración va a comenzar en un parque cercano y desde allí vendríamos cantando y agitando nuestros ramos. Le digo que no hay problema, que será como ellas han organizado todo. Confío en mi memoria luego de haber leído la noche anterior las indicaciones del Misal Romano para esta celebración especial. Me pongo al confesionario: la gente llega solemne a confesarse... se sienten los murmullos en la Iglesia, es el ambiente especial de la semana santa. Luego van saliendo todos para ir al parque en donde se bendecirán los ramos. Los ornamentos son de gala, los lectores me interumpen, me dicen que ya han ensayado el relato de la pasión y que puedo confiar en ellos. Me pongo más nervioso por ello....
Llegada la hora salimos en procesión con una larga fila de monaguillos, el incienso, los ministros y yo con los ornamentos rojos. "La gente de pronto se ha vuelto muy católica" pienso en mis adentros. Llegamos al lugar, todos tienen cara solemne -de semana santa-, yo algo tenso decido seguirles el juego y también ensayo gestos muy serios y hieráticos. Entretanto oigo que varias personas comentan: ¡Qué joven es este padrecito! Eso en verdad me incomoda un poco, trato de poner un gesto de viejo lobo pero no puedo. Comenzamos la bendición y voy sin prisa, los acólitos me miran y comentan: "Es un padre nuevo" -seguramente porque no voy con prisa-. Y así comenzamos la celebración con la procesión hacia la capilla. La calle está repleta de gente con ramos.
Cuando estoy sumido en "profundas meditaciones" y pensando en tantas cosas, con gesto adusto, para parecer mayor, de pronto siento que algo me jala fuertemente de la parte de abajo de la hermosa casulla roja... Me comienza a jalar más fuerte, entonces miro y veo a una niñita, pequeña pero muy vivaracha, con cara de "no te preocupes, sé feliz" Me mira sonriente sin inmutarse y me pregunta en medio del espeso incienso: «¿Por qué te has vestido de rojo?» Me quedo casi boquiabierto, trato de tomar conciencia de lo que me ha dicho y no sé qué responder... No sé cómo, se me escapa una sonrisa nerviosa y comprendo que es la llamada de Dios para ser más sencillo. En tanto algunas señoras muy respetables y devotas comienzan a hacer gestos de reprobación al atrevimiento de esa pequeña feligresa que interrumpe la oración del padrecito en medio de una procesión tan solemne. Trato de mantener la calma y ahora sí le sonrío con más sencillez, le explico que es un día muy especial y que el rojo simboliza el sacrificio de Jesús. Vamos caminando. Resuelvo tomarla de la mano y caminar así en la procesión por la calle. Los monaguillos se han dado cuenta y miran mi extraño gesto paterno con incredulidad. La pequeña, con más confianza, me pregunta por qué todos llevan esas ramas en las manos y le explico el sentido, dudo que me haya entendido. Ahora sonrío libremente, mientras la gente está enfundada en esos gestos extraños que ellos suelen llamar "devoción". Ahora me siento un niño pequeño al lado de una colega y experta en ese arte. Vamos llegando a la Capilla. Pues sí: entro llevando de la mano a la pequeña y frente al altar de Jesús le digo amablemente que ella debe ir a una de las bancas y que yo me sentaré arriba y que luego nos veremos, ella entiende y sonríe...
Mientras incienso el altar pienso que esa pequeña me ha enseñado la sencillez en una mañana muy solemne.
¡Oh maravilla! Segundos después la asamblea ve a un sacerdote nuevo y muy joven comenzar la Eucaristía con gesto más amable y sencillo, aceptando que sí, que es un jovencito nomás, pero que no fue muy distinto Jesús, que fue maestro y Salvador con sólo 30 años. Y ese día comprendí que si tenía que dar la vida como él, me convenía hacerlo con sencillez y con rostro amable.
Esa fue una hermosa semana santa.
Aleluya, Dios y los niños se entienden bien, muy bien.
Disfrútenlo.