domingo, 28 de octubre de 2007

«El infierno es un lugar muy, pero muy, frío»

- Pero, oiga, ¡debe haber una equivocación! ¡Las cosas no son así! ¡Un momento, hay una equivocación! Oiga...!
- Déjeme decirle algo de entrada: Usted es a quien esperábamos y como se dará cuenta ya no hay vuelta atrás, los pasos que Ud dio para llegar aquí ya no se pueden desandar, aquí no existen los retrocesos ni las reconsideraciones. Aquí la bienvenida es un gran «Lo sentimos por Usted» Aquí es mejor no esperar nada. Ehhh, Mentilius será su guía para llevarle a donde Usted debe estar, hasta pronto. Tendremos mucho tiempo para hablar luego.
- ¡Pero, oiga! ¿Qué le pasa? ¡Aquí hay una confusión! Mire, yo soy éste, ¿ok? Aquí está mi nombre, esto no me puede pasar a mí!
-¿Ves Mentilius? Siempre es lo mismo, el trauma del comienzo, todos dicen que ha habido una equivocación, que no es justo, que no les avisaron... Si no fuera por tú sabes qué, diría que siento lástima por estos humanos que caen como moscas por aquí. ¡Llévatelo pronto, Mentilius!
- Pero, no, no, no. Oiga no puede ser...!!!
No podía volver atrás, me veía empujado externamente a seguir a aquel tipo desagradable, pero todo mi interior se resistía, no podía ser posible, tenía que haber una explicación... ¿Por qué está todo tan frío? ¡Dios! Esto se pone más frío,
- ¡Oiga, este frío es demasiado fuerte, ¿así es siempre?!
- Siempre.
- Pero, esto no hay quien lo resista.
- Aunque no quieras resistirlo, lo tendrás que soportar siempre. ¡Siempre!
- ¡¡Pero, por favor...!!
- No hay retroceso muchacho, el frío te calará los huesos, querrás morirte una y mil veces, querrás dormirte y no despertar jamás y no podrás dormir jamás. Las cosas son así aquí, ¿ok? Luego para tí vendrá la oscuridad y será bien negra y vas a divagar y no podrás salir de esto, ¿me entiendes? Por más que hagas lo que hagas no habrá retroceso, y nunca morirás sino que seguirás sufriendo sin morir, sin poder quitarte la existencia y con la convicción de que nadie te amará ni tú podrás amar a nadie por más que quisieras... y no podrás sentirte amado jamás. Te harás duro, muy duro, y morirás sin morir. Una y mil veces. Siempre. Siempre. No te digo ni te pido que resistas porque aún cuando no lo quieras siempre resistirás y no habrá salida. Así son las cosas aquí. Frío, noche, soledad, vacío, que se hacen cada vez más grandes, más oscuros, más envolventes, más fuertes, más duros y con ello crece la desesperanza sin morir, aquí no hay muerte...
*****
Me empecé a golpear la cabeza, quise rebobinar toda mi vida y volver atrás.
Y me dí cuenta que no se podía.
Y el frío me iba invadiendo y con él un inmenso miedo como para morir sin poder morir jamás. Cuando ví que se acercaba una inmensa oscuridad grité con todas mis fuerzas.........
- Noooooooooooooooooooooo !!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
Y entonces, salté asustado, ¡¿dónde estoy?!
Sentí pasos corriendo...
- ¿Estás bien? ¿Te pasa algo? ¡Por favor, responde!
- ...
- ...
- Sí, mamá... sí, todo está bien... un... sueño, un sueño...
- Dios bendito, nos has hecho asustar, por favor, persígnate.
- Sí mamá, gracias.
Y al darme cuenta de todo... me anegó el llanto...
******
Y pensé, como pocas veces lo hice, en la posibilidad del infierno.
Y todavía escuchaba en mis oídos las palabras de aquel ¿Mentilius? Sí, aquello de que el frío te calará los huesos, querras morirte una y mil veces... Muchas veces había pensado en que el infierno era un lugar muy caliente, donde los malos de la película se queman. Me parece que es más posible que el infierno sea frío. Porque allí no hay amor, no hay amistad, no hay cariño y eso es frío, frío que cala los huesos. Y eso por toda una eternidad... es un infierno.
Y pensé en tantos pequeños infiernos que yo provoco a los que están a mi alrededor.
Y pensé en tanta cerrazón de corazón en mí mismo.
Y me dí cuenta de que Dios es todo lo contrario y de que el amor verdadero es más que un sentimiento. Y me dí cuenta de cuán bello será el cielo y qué feo será el infierno.
Y me propuse ser más consciente de la vida que llevo.
Y entendí lo que era hacer un verdadero acto de contrición...
Y elegí amar a Dios y a mis hermanos. Y dormí como pocas veces...

viernes, 19 de octubre de 2007

«Bienaventurado el político que esto hiciere, porque suyo será el reino de los cielos»

Esta semana recogemos este bello texto del Siervo de Dios, Card. Francisco Javier Van Thuân. Nuestro ánimo es alentar a todos aquellos cristianos y católicos que se esfuierzan por llevar el evangelio a los difíciles ambientes de la vida política y social d enuestras naciones. Allí donde hay algo que interesa a la realización y a la dignidad del ser humano, allí estan presentes los intereses de Dios, por eso la vida política no es un campo vetado para los seguidores de Jesús, porque a Dios le interesa la paz y el desarrollo de las naciones. He aquí, pues, este texto que nos hace pensar sobre lo que hacemos positivamente para que Jesús reine allí donde se negocia el destino de la humanidad.

Las bienaventuranzas del político
1. Bienaventurado el político que tiene un elevado conocimiento y una profunda conciencia de su papel.
El Concilio Vaticano II definió la política «arte noble y difícil» ( Gaudium et spes, 73). A más de treinta años de distancia y en pleno fenómeno de globalización, tal afirmación encuentra confirmación al considerar que, a la debilidad y a la fragilidad de los mecanismos económicos de dimensiones planetarias se puede responder sólo con la fuerza de la política, esto es, con una arquitectura política global que sea fuerte y esté fundada en valores globalmente compartidos.

2. Bienaventurado el político cuya persona refleja la credibilidad.
En nuestros días, los escándalos en el mundo de la política, ligadas sobre todo al elevado coste de las elecciones, se multiplican haciendo perder credibilidad a sus protagonistas. Para volcar esta situación, es necesaria una respuesta fuerte, una respuesta que implique reforma y purificación a fin de rehabilitar la figura del político.

3. Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés.
Para vivir esta bienaventuranza, que el político mire su conciencia y se pregunte: ¿estoy trabajando para el pueblo o para mí? ¿Estoy trabajando por la patria, por la cultura? ¿Estoy trabajando para honrar la moralidad? ¿Estoy trabajando por la humanidad?

4. Bienaventurado el político que se mantiene fielmente coherente, con una coherencia constante entre su fe y su vida de persona comprometida en política; con una coherencia firme entre sus palabras y sus acciones; con una coherencia que honra y respeta las promesas electorales.

5. Bienaventurado el político que realiza la unidad y, haciendo a Jesús punto de apoyo de aquélla, la defiende. Ello, porque la división es autodestrucción. Se dice en Francia: «los católicos franceses jamás se han puesto en pié a la vez, más que en el momento del Evangelio». ¡Me parece que este refrán se puede aplicar también a los católicos de otros países!

6. Bienaventurado el político que está comprometido en la realización de un cambio radical, y lo hace luchando contra la perversión intelectual;lo hace sin llamar bueno a lo que es malo;no relega la religión a lo privado; establece las prioridades de sus elecciones basándose en su fe;tiene una charta magna: el Evangelio.

7. Bienaventurado el político que sabe escuchar, que sabe escuchar al pueblo, antes, durante y después de las elecciones; que sabe escuchar la propia conciencia;que sabe escuchar a Dios en la oración.Su actividad brindará certeza, seguridad y eficacia.

8. Bienaventurado el político que no tiene miedo. Que no tiene miedo, ante todo, de la verdad: «¡la verdad –dice Juan Pablo II-- no necesita de votos!». Es de sí mismo, más bien, de quien deberá tener miedo. El vigésimo presidente de los Estados Unidos, James Garfield, solía decir: «Garfield tiene miedo de Garfield». Que no tema, el político, los medios de comunicación. ¡En el momento del juicio él tendrá que responder a Dios, no a los medios!

François-Xavier Card. Nguyên Van Thuân
[Traducción del original italiano realizada por Zenit]

martes, 9 de octubre de 2007

«Danos hoy la alegría de cada día»

No sé si los que leen este blog se han atrevido a hacer una oración para pedir alegría. Me parece que la alegría es un don grande que se puede recibir y regalar sin mayor trabajo y puede y debe ser algo muy digno de pedirse. Yo sé que todos tenemos un montón de necesidades personales, de distinto tipo, pero sé también que si tuviésemos alegría las cosas serían un poco mejores. Y es que la alegría no es el resultado de no tener problemas o de que todos los sueños se cumplan fácilmente; la alegría es una disposición del alma que se puede contagiar y que no proviene sólo ni en primer lugar de haber comido y bebido bien, no es la alegría del animal sano, sino una decisión y correspondencia a un don que viene de lo alto.
Les invito a hacer esta oración, parafraseando la que Jesús El Señor nos enseñó hace mucho tiempo:

Padre nuestro que estás
donde la alegría no tiene fin,
gozosa nos sea tu memoria,
venga a nosotros tu alegría infinita,
hágase tu voluntad
en el éxito y en el fracaso.
Danos hoy
nuestra alegría de cada día
(Y dánosla también para mañana),
perdónanos nuestra poca sonrisa,
como también nosotros perdonamos
a los que nos asustan y espantan (a veces lo hacen en tu nombre).
No nos dejes caer en la tentación
de amargarnos la vida (tenemos un montón de pretendidos motivos)
por insignificancias
y líbranos
de la tristeza, si no es tuya.
Amén, aleluya.

lunes, 1 de octubre de 2007

Jesucristo, alegría del corazón

Esta vez quiero hacer con Uds. una breve reflexión sobre Jesucristo, alegría del corazón.
En verdad, es éste un discurso poco usado por los sacerdotes y por eso mismo peor empleado por varios catequistas, un discurso poco demostrado por gran parte de católicos y casi un atrevimiento en no pocas personas devotas. Me explico.
Dios vino para darnos su alegría, su plenitud. Dios vino para darnos de su vida y su vida no es otra cosa que paz y alegría completas porque Él es Amor. Pero nosotros no hemos dado suficiente testimonio de ello. Parece que –en muchos de nosotros- Dios no ha terminado de alegrarnos el corazón y por eso no lo mostramos con orgullo, no lo paseamos con ilusión, no se nota en nosotros una esperanza distinta... muchas veces nos han dicho que lo propio de los cristianos es la «resignación», ¿quién dijo que eso era virtud cristiana?... Pero eso es lo que usualmente pensamos y nadie nos puede sacar esa idea. Hasta ahora hemos tenido muy pocos maestros de la alegría –católicamente hablando-... ¿Será acaso que los evangelizadores no han gozado ellos primero de la alegría de Dios? Tengo mi respuesta: no se puede anunciar una alegría que no se conoce.
Muchos jamás relacionarían la fe con la alegría, eso ya me parece cruel e injusto. Los ángeles anunciaron a los pastores una gran alegría. Isabel al ver a Santa María se llenó de alegría, Juan dio un volantín de alegría, aquel anciano llamado Simeón bendijo al Niño y a sus noventaitantos años descubrió la alegría verdadera. Jesucristo vino para darnos alegría, no hay otra respuesta. Como que él mismo se encargó de certificarlo, en la última cena se atreve a resumir toda su vida de predicación así: «Les he dicho todo esto para que mi alegría esté en ustedes y vuestra alegría sea plena...» Parece que aún no lo entendemos, parece que aún no lo hemos experimentado.
La alegría cristiana es una alegría sufrida, por ello es más sentida y profunda, la alegría cristiana es la de aquel que se ríe con ganas porque Dios se ha hecho vertiente en el corazón. La alegría de Jesucristo fue siempre una alegría confiada, la alegría propia del niño pequeño que se siente mirado por su Padre mientras juega despreocupado.
Y Jesús mismo es nuestra alegría, necesitamos desempolvar varios sagrarios y doblar más las rodillas, necesitamos hacer un poquito más de silencio y parar un poco y darnos cuenta que Él es Dios con nosotros y que está cerca para darnos de su paz y alegría.
Los apóstoles estaban muy alegres en medio de los sufrimientos que pasaban por anunciar el Evangelio, el discurso de Juan es muy emocionado: «Lo que hemos visto y oído, lo que tocaron nuestras manos, lo que hemos contemplado acerca del Verbo de Vida... eso os lo anunciamos...»
Necesitamos acercarnos a Él con mucha humildad, sin defensas, sin coartadas, sin planes debajo de la manga y pedirle el gran favor de que Él mismo sea nuestra alegría. El mundo está muy triste: es fácil verlo en el rostro de las chiquillas que sonríen superficialmente, es fácil verlo en los muchachos que ocultan su vacío con tanta necedad, es fácil verlo en los adultos que fingen tener todo bajo control pero han perdido la alegría, es fácil verlo en todo lo que hoy se inventa –inmoralmente- para estar “alegres”.
No, no hemos proclamado todavía que Dios es la alegría, no lo hemos mostrado como la alegría más profunda del corazón, es un testimonio pendiente en nuestra vida cristiana, tan pendiente de ser cumplido como el mandamiento de la caridad. ¡Si nosotros pudiéramos probarles a todos que Jesucristo es la alegría que ellos están buscando! Tendrían que vernos a nosotros primero colmados de esa alegría... a veces sólo nos ven colmados de «resignación», de «seriedad», de falsos recogimientos, de falsas religiosidades, de actitudes puramente condenatorias o de activismo “pastoral”...
Acerquémonos a Él, pidámosle que nos enseñe a gozar de su alegría, que nos enseñe a gozar de Él.