Hoy el
Evangelio ha puesto a consideración nuestra, aquel episodio en el que Jesús
cura a un ciego en Betsaida (Mc 8, 22-26), y lo hace poco a poco, primero el
hombrecito aquel comienza a ver borrosamente y luego ya ve con claridad. Meditando este pasaje he visto que el
comentarista de la Biblia de Jerusalén señala que con este modo de actuar de
Jesús se hace ver cómo resulta difícil para algunas personas conocer realmente
quién es Él y en qué consiste Su misterio.
Es decir, muchas personas le ven, pero no logran acertar con Él, le
consideran un maestro quizá, un hombre bueno, un santo seguramente, pero de ahí
nada más.
Jesucristo es
mucho más que sólo un santo, es mucho más que sólo un maestro de vida, más que
alguien que viene a proponer un nuevo y mejor comportamiento ético. Muchos le ven como un semidiós y nada más, un
hombre “adoptado” por la divinidad, un hombre “especial” pero nada más. Siendo así, cuando Jesús se atreva a pedirles
algo por medio de Su Palabra o de sus pastores, lo considerarán como una
petición más, una opción más entre otras.
Entonces Sus palabras serán opiniones, entre otras “igualmente
válidas”. Su Evangelio será un camino
más, tan bueno como otros. Entonces
cuando Jesús se ponga enfático y exigente, cuando hable de modo absoluto, le
entenderán como quien expone de modo intolerante sus ideas particulares.
Si no
acertamos a conocer a Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, Señor y
Salvador, Redentor universal y Único Salvador del mundo, por quien fueron hechos
los cielos y a tierra, si no acertamos a verlo en Su real misterio, entonces Su
Evangelio será una bonita fábula, un bonito código de normas éticas para vivir
bien y ser feliz, un buen relato y una buena historia y punto. Entonces Él no será Salvador de nada ni de
nadie.
No pocas personas incluso han llegado a conocer al “dulce Jesús”, que no es más que una especie de superhéroe, una suerte de héroe romántico, como un actor de telenovela de horario estelar, como un cantante que hoy está de moda y mañana ya nadie lo recuerda; como alguien que está presente en nuestra vida sobre todo en las etapas más idealistas y soñadoras, como una idea de adolescentes, antes de que nos choquemos con la dura realidad de esta vida.
No pocas personas incluso han llegado a conocer al “dulce Jesús”, que no es más que una especie de superhéroe, una suerte de héroe romántico, como un actor de telenovela de horario estelar, como un cantante que hoy está de moda y mañana ya nadie lo recuerda; como alguien que está presente en nuestra vida sobre todo en las etapas más idealistas y soñadoras, como una idea de adolescentes, antes de que nos choquemos con la dura realidad de esta vida.
Acertar con
Él es muy necesario para enfocar correctamente la vida de fe. De ahí que una real devoción a Jesucristo necesariamente exige un encuentro con el
misterio del Verbo Encarnado. Dicho de
otro modo, es necesario tener una íntima
experiencia de Jesucristo para de ahí forjar un seguimiento firme y un
discipulado serio. Y no se trata de
sugestionarse psicológicamente, no se trata de mentalizarse simplemente. El
encuentro con Jesucristo no se basa en una imaginación piadosa de un momento.
La experiencia de Dios es dable, es real,
es posible y es también deseable. Dios
se muestra a quien le busca sinceramente, a quien se abre de par en par a La
Verdad. Dios tiene sus delicias en mostrarse
y derramarse con su gracia en las personas que se abren de par en par a Él. Y es necesario también pedir la gracia de
tener un encuentro en la fe con Él.
Insistió mucho en esto un grande de la espiritualidad moderna, el P.
Ignacio Larrañaga, cuando animaba a muchas personas a clamar a Dios para que
les muestre Su Rostro. Indudablemente,
quien ha visto algo del Rostro de Dios ya no se atreve a negarle nada. Quien se encuentra con Jesucristo ya ha acertado en esta vida. Ha “fatto centro”, dicen los italianos. Y es verdad también que pueden existir muchas
personas que tienen conductas religiosas y piadosas pero que no han hecho nunca
experiencia de Dios, de ahí que sobrevengan como feos cuervos sobre La Iglesia
ciertas nubes de mal testimonio de laicos, sacerdotes y consagrados.
Yo no creo
que existan personas a las que “a priori” les haya sido negada la posibilidad
de conocer en la fe a Jesucristo. Y sin
embargo parece que a pesar de que incluso les predican, estas personas
permanecen sin enterarse de la Buena Noticia. Creo que hay ciertas cerrazones de corazón que
sólo las puede desatar la persona misma.
Y si existen personas que no ven claro el misterio de Jesús es porque
tienen cierta cerrazón a La Verdad.
Ciertamente
algunas cerrazones se han formado en el interior sin culpa propia. Pienso ahora
en las personas que desde pequeños sufrieron maltratos, humillaciones y abusos
que los marcaron profundamente en su psicología y en su mundo afectivo. Muchos de ellos no tienen la menor culpa de
esos hechos pero los tienen que cargar y sufrir luego. ¿Qué les pide Dios a ellos? Que se dejen curar, que se dejen sanar. Que recurran a quien sí puede sanarlos desde
el corazón. Sanando sus heridas sanarán
también su cerrazón. Jesucristo es el
único que puede sanar los corazones. Jesucristo
sana y salva. Si las personas heridas se
exponen al contacto con Jesús vivo y verdadero, verán claro y se sanarán. Y verán claro sobre su vida y sobre el
misterio de Jesucristo. Y conocerán la
Verdad y La Verdad les hará libres. Y
entonces concluyo: existen personas que no aciertan con Jesús, con su misterio,
es verdad. Estas personas necesitan
curar sus ojos, su capacidad de confiar, su corazón. Si se dejan curar por quien es el médico por
excelencia entonces verán claro.
Pero, ¿Y
todas esas personas a las que se les ha predicado y no se han convertido
pudiéndolo hacer? Tendrán que responder
por su propia dureza de corazón. Todos podemos acertar con Jesucristo; Él no es una Verdad sólo para iniciados, Él está cerca y se le puede conocer, sólo habrá que tener el valor de aceptar y renunciar a nuestras durezas de corazón.
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