Hace
varios años, cuando estudiaba filosofía y teología, en una de esas frías
mañanas de invierno limeño, entre el estudio y las clases, uno de mis
profesores se detuvo durante toda su clase en un discurso sobre el ocaso de la razón y el desinterés por La Verdad como rasgos
distintivos del tiempo que nos toca vivir.
Hace veinte años ese discurso me pareció un tanto exagerado. Hoy veo que ese profesor tenía mucha
razón.
Vivimos
un tiempo en el que todos –más o menos- nos dejamos llevar no por la razón,
menos por La Verdad, sino por los sentimientos y la emoción. Los muchachos y las chicas, por lo general,
buscan “nuevas sensaciones”. Incluso los
no tan jóvenes muchas veces toman decisiones y hacen opciones en su vida llevados
por un “es que así me siento bien”. Se
coleccionan “experiencias” en donde lo principal es que uno se sienta
“bien”. Así, mañana yo podría también
decir que voy a hacerme seguidor de un maestro espiritista en tanto que “me
sentí bien” cuando fui a consultarle y cuando me sometí a una “terapia”.
Hace
unas semanas nomás, luego de celebrar la misa dominical en la capilla de
nuestro Monasterio, una señora me consultaba si era bueno que ella, siendo
católica, también participara en unas reuniones de creyentes
pentecostales. De hecho yo le dije que
no se lo recomendaba para nada. Sobre
todo previendo que es una persona muy poco instruida en su fe católica y que
era muy probable que al final terminara muy confundida. El argumento de la señora me dejó perplejo:
me dijo que ella no vería nada malo en ir ya que “ahí me he sentido bien”. ¡Plop! diría la revista Condorito. Creo que es como un indicativo de lo que
pasa con mucha gente: no importa qué es verdad y qué es mentira, qué es
Voluntad de Dios y qué es engaño del demonio, importa una cosa: si me siento
bien o no cuando hago algo o cuando decido algo. Es el mundo resbaladizo y engañoso de lo
subjetivo, el imperio de los sentimientos y de las emociones. Se llega a identificar el bien y la verdad con
lo que provoca un buen sentimiento o una hermosa sensación. Así las cosas ya no hay lugar para la
reflexión, para la contemplación de La Verdad, para el desarrollo de la razón…
no hay lugar para Dios. En todo caso, se
podrá incluir a Dios en la propia vida si es que proporciona buenas
sensaciones…
No
digo que los sentimientos y la emoción no tengan su parte de importancia en la
vida humana. Lo que me preocupa, como
pastor de almas, es que precisamente sentimiento
y emoción-sensación sean los criterios de valoración de la existencia. Incluso hasta en el ambiente de fe podemos
terminar pensando que la Voluntad de Dios siempre me hará sentir bien, que los caminos de Dios siempre tendrán que traerme hermosas sensaciones. Cuántas veces habrá que meditar en la
Crucifixión de Jesucristo: Él no se sintió bien dejándose clavar en La Cruz,
sin embargo sabía que ése era el camino, camino de obediencia. Tantas veces el hacer la voluntad de Dios nos
acarrea ese no sentirnos bien, pero todo ello direccionado a alcanzar la Vida Eterna.
Somos
una generación que ha olvidado el camino real de la Santa Cruz, por ello
también nos hemos inventado espiritualidades que sólo buscan hacernos sentir
bien, pero salvarnos y santificarnos: para nada. Sin embargo, tantas veces el hacer la
Voluntad de Dios será poner el hombro y la espalda para recibir la Cruz de
Cristo (y eso no es sentirse bien), y
sólo podremos apretar los dientes, cerrar los ojos y confiar en que algún día
despuntará la aurora de la justicia de Dios, algún día vendrá el desquite de
nuestro Dios y la liberación de todos los que sufríamos en este mundo por ser
fieles al Dios Único y Verdadero: Jesucristo.
Definitivamente
una religiosidad o una espiritualidad que sólo
provoca “sentirnos bien” o que sólo
nos proporciona “hermosas sensaciones” es una religiosidad engañosa, mentirosa,
falsa, un placebo espiritual y hasta posiblemente un muy inteligente engaño del
Demonio, enemigo de nuestra salvación.
Porque
los bonitos sentimientos, sensaciones y emociones de esta vida son pasajeros
pero la Palabra de Dios permanece para siempre y todas esas cosas que nos hacen
sentir bien en esta tierra son nada en comparación a la gloria que algún día se
nos descubrirá en el cielo.
Es
verdad que la fe en Jesucristo a veces nos proporciona una experiencia de cielo
y por ello a veces decimos que durante tal o cual evento, en tal o cual
oración, en tal o cual Misa hemos sentido la presencia de Dios, hemos sentido
como una fragancia de cielo. Todo ello
puede suceder y no creo que sea malo. Mi
advertencia está en que no hay que buscar sólo
esas cosas. No hay que basar nuestros
discernimientos sólo en ese criterio
de “sentirse bien”. San Ignacio de
Loyola en sus Reglas para sentir
rectamente se encarga de recordarnos que a veces el mal espíritu trae
falsas consolaciones y una falsa paz a quienes están empecatados y,
contrariamente, el buen espíritu aguijonea o inca fuertemente a esas mismas
personas para moverlas a conversión. Y
como se podrá deducir: Nadie se siente bien cuando lo aguijonean. Sin embargo puede ser una tremenda bendición
del cielo ese “no sentirse bien” al escuchar la Palabra de Dios o al oír una
predicación del Evangelio o el sentir esa incomodidad que viene al recibir una amonestación
o una corrección del pastor correspondiente.
Definitivamente
los fariseos del tiempo de Jesús no se sentían bien al escuchar al Maestro,
pero esos aguijones constantes de parte de Jesús eran un ancla de salvación que Dios les ofrecía pero que ellos no quisieron
aceptar. Seguramente habrían oído de
buen grado a los falsos profetas que sí les decían lo que ellos querían oír,
ese ronroneo de gata melosa que no
salva ni da vida eterna pero que seguro les hacía sentir bien.
Me
alegro de haber sido formado “a la antigua”, como dicen algunos. Es verdad que no pocas veces me siento como “fuera
de lugar”, medio “desubicado” entre tanto subjetivismo y relativismo a todo
nivel. Pero creo que todo fiel cristiano
católico que decide ser coherente con su fe, en definitiva se sentirá
igual. Conozco personas y familias
enteras que caminan a contracorriente del mundo. Ya lo
había dicho Jesucristo: “Ustedes están en
el mundo pero no son del mundo”. Y
Él también dijo: “Quien persevere hasta
el final se salvará”.
¡Vaya
tarea que tenemos como creyentes y como miembros de La Iglesia!
Pidamos
a Jesucristo que nos haga desear La Verdad y también la gracia de asumir los
costos que implica su seguimiento en este mundo. Que así sea.