domingo, 20 de julio de 2008

Miopía II

La vez pasada escribí sobre una miopía propia de muchos religiosos y sacerdotes hoy en día. Esta segunda miopía que creo que es muy dañina toca a la esfera de muchos educadores de niños y jóvenes hoy en día.
Hace unos días he visto un reportaje sobre los abusos y conductas violentas que tienen estudiantes de nivel secundario contra sus profesores. En muchos lugares los profesores han pasado a ser víctimas de las conductas de sus alumnos: les golpean en plena clase, los amenazan, se burlan de ellos, les ridiculizan.
Muchas de las nuevas técnicas pedagógicas propugnan una mayor libertad para los niños y jóvenes, sostienen que los educadores no les pueden contradecir ni les pueden obligar a nada que ellos no quieran hacer; nuevas corrientes de la educación afirman que no se puede de ningún modo crear ningún sentimiento de culpa en los alumnos, que no se les puede dañar sicológicamente diciéndoles que tal o cual cosa está mal o es inadecuada.
Sería bueno que nos preguntemos por los resultados que se han obtenido con estas nuevas corrientes o ideologías en el sector de la educación de niños y jóvenes, ¿qué frutos se han obtenido? ¿se ha conseguido forjar personas más responsables y maduras, capaces de afrontar la dureza de la vida?
Paralelamente podríamos preguntarnos: ¿por qué hoy en día ha aumentado ostensiblemente la agresividad de los jóvenes con relación a sus educadores? ¿por qué aumentan las conductas inadecuadas y la marginalidad en ellos? ¿son los jóvenes actuales más felices que aquellos que fuimos educados con otro esquema pedagógico? ¿tienen los actuales jóvenes mayor aguante para afrontar la dureza de la vida que los que somos más "antiguos"? ¿abundan entre ellos personalidades fuertes y valientes, firmes y decididas y en mayor proporción a los jóvenes del pasado? ¿hemos conseguido crear nuevas generaciones de personas probas y rectas tanto como en el pasado?
Yo me temo que las respuestas podrían ser desoladoras.
Muchos educadores siguen los nuevos esquemas pero no se atreven a preguntarse si de verdad -en los hechos- sus nuevas pedagogías son capaces de producir gente tan firme, fuerte y moral como las que existían en las generaciones anteriores. Habría que evaluar el árbol por sus frutos, siguiendo la regla de oro dejada por Jesucristo. Pero todo parece indicar que no se tiene la suficiente honradez para hacer una evaluación de tal magnitud ni mucho menos aceptar sus resultados que, estoy seguro como pastor de Iglesia que soy, serían alarmantes.
Es una trsite miopía de no querer cuestionarse sobre si el camino andado ha dado los frutos esperados, se supone mejores que los frutos de las antiguas pedagogías.
¿A dónde podríamos llegar por este ancho camino de educar a los jóvenes sin ofrecerles ninguna resistencia? ¿A dónde podríamos llegar en este camino de laxitud disfrazada de otros títulos que parecen más atractivos y modernos? ¿Será verdad que una persona puede formarse mejor para la vida cuando todo lo tiene fácil, cuando todos le dan la razón o cuando todos se abstienen de llamarle la atención "para no herir sus sentimientos"? ¿Será cierto que una buena formación consiste en educar a un joven de tal manera que se le tenga que decir que sus opiniones son todas muy aceptables y verdaderas y que después de todo nadie tiene la verdad sobre nada?
¿Será correcta una educación que sostenga que hoy no hay nada bueno ni malo en sí mismo, que todo depende de cada uno y que no se puede hablar de mal moral o pecado porque eso es crear inútiles sentimiento de culpa en los niños y jóvenes?
Hay un antiguo refrán popular que dice: "Caballo bien alimentado, mata a su dueño"
¿Podremos entonces explicarnos así porque hoy en día muchos estudiantes insultan, agreden y/o maltratan a sus educadores?
Ciertamente hay bondades que engendran canallas y hay laxismos que crean monstruos.

viernes, 11 de julio de 2008

Pequeño rebaño

El ministerio que Dios me ha encomendado me ha llevado muchas veces a predicar ante asambleas muy numerosas. Recuerdo con mucha alegría aquellas dos oportunidades en las que tuve un auditorio muy atento de nueve mil personas. Otras veces he predicado ante asambleas muy pequeñas. Recuerdo aquellas dos o tres veces en las que prediqué ejercicios espirituales para 4 personas. Me hizo mucho bien enfrentarme a esos dos tipos de auditorios, aprední bastante.
Hace un tiempo leía un libro muy simpático de un pastor protestante argentino; al final de la publicación se reproducían varias fotos de su ministerio con cifras impresionantes: 100 mil personas en un estadio, 70 mil en el otro, una plaza nacional llena, etc, etc. Varias veces también he observado de lejos todo el movimiento de gente que se sucede en mi país ante la presentación de algún cantante evangélico muy conocido. Demás está decir que los cristianos no-católicos manejan bastante bien el tema del márketing y la publicidad, todas sus "campañas" de evangelización tienen el olor de multitud o por lo menos, el olor de masas que impresionan a cualquier católico incauto.
Paralelamente, hace algunos años descubrí una canción muy buena de Migueli, cantante católico español, que se titula: "Con sólo dos o tres". En esa canción el buen Migueli alude a muchas de nuestras reuniones de fe en las que habemos tan pocos que nos sobran los dedos para contar. Cierto, ante esta situación hay personas que inmediatamente ponen el dedo en la llaga: "Los católicos nos estamos quedando cada vez menos" y se blanden muchas razones o explicaciones para esta situación. Yo creo que sí, que muchas veces tenemos culpa los propios católicos y quizá más, los sacerdotes y religiosos. No tengo empacho en aceptar esta situación y las responsabilidades que nos tocan. En varios lugares los católicos pasamos por minoría no sólo numérica sino también minoría en iniciativas y en entusiasmo por la fe.
Sin embargo, muchas (subrayado ese "muchas") veces he concluído que los verdaderos creyentes siempre han sido minoría, siempre han sido un pequeño resto. El mismo Jesús aludió a esta situación cuando daba ánimos y exhortaba a no temer a su "pequeño rebaño".
Y pienso que es así, que en verdad los amigos verdaderos de Jesús siempre serán ese pequeño rebaño.
Pero no se me vaya a malinterpretar: Varias veces he soñado con mucha gente siguiendo a Jesucristo, con muchos jóvenes acercándose a recibirle en la Comunión de la Eucaristía, otras veces he soñado despierto con una gran multitud de gente rezando y cantando a Jesucristo, he soñado con comunidades grandes y fervorosas en la fe, he soñado con muchas vocaciones para la vida consagrada, para el sacerdocio, en fin, he soñado bastante, no lo niego. Pero cuando me he puesto a pensar seriamente en la situación de nuestras comunidades de fe, en la situación de nuestras asociaciones de creyentes (creo conocer bastante), he concluido con la cabeza fría que en verdad los verdaderos discípulos y misioneros siempre han sido pocos, siempre han constituído el resto del pueblo, el "Pequeño rebaño".
Aún en comunidades pequeñas en número no todos logran vivir al mismo nivel la entrega a Dios, siempre hay quienes se quedan un poco solos en la generosidad, siempre hay quienes sufren incomprensión y deben luchar a contracorriente... en medio de sus hermanos creyentes.
Yo creo que no de otro modo se tendría que interpretar lo que dijo Jesucristo en el discurso del monte: "Sean sal y luz del mundo". Es evidente que para poner un poco de sabor a un plato de comida sólo se debe echar un poco de sal, a nadie se le ocurrirá poner 100 gramos de sal para cien gramos de arroz, basta muy poco de sal. Lo mismo con la luz: es inútil llenar el techo de focos de luz o bombillas para alumbrar una habitación, basta con uno o dos a lo sumo.
Se entiende que la sal y la luz siempre son minoría, pero minoría suficiente para alumbrar y dar sabor a nuestra vida.
No quiero quitar el entusiasmo misionero a nadie, no quiero decir que no hay que expandir el Evangelio, todo lo contrario, tenemos que invertir todas nuestras fuerzas en hacer posible que todo el mundo crea en Jesucristo y le ame, pero sabiendo también que lo nuestro siempre es caminar a contracorriente y que con un puñado de gente Jesucristo puede hacer maravillas en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia.
No tengamos miedo si varias veces por creer en Jesucristo, por seguirle, por ser fieles a su Evangelio, por ser fieles a su llamado, nos quedamos un poco en soledad o nos parece que somos minoría: siempre fue así. No nos dejemos deslumbrar por masas que parecen imbatibles y muy creyentes pero que al final caen y desaparecen como la espuma.
No tengamos miedo de ser minoría.
Si Jesucristo está con nosotros -por la gracia-, somos mayoría aplastante.